Escoger las batallas para ganar las guerras

Por: Profr. José Luis Fernández Madrid 

Tras la serie de manifestaciones magisteriales que dieron como resultado el reinicio en el reparto de los libros de texto gratuitos, las lecturas y el “recuento de los daños” no dieron ni dan tregua dentro de los círculos políticos, sociales y sindicales.

Para todos fue un logro el que la sinrazón haya cedido para dar paso a la obligada distribución de dicho material didáctico, no obstante, los convocantes a las marchas y paro deben ser conscientes que lo que motivó a todos los participantes que secundaron las acciones no son un cheque en blanco, vamos, lo hicieron atendiendo a un llamado de su conciencia, de su convicción.

Suponer, teniendo este punto de inflexión, que la capacidad de movilización es ´producto del  carisma de los liderazgos, de una posición en específico o por el hecho de formar parte de un grupo en particular, puede llevar a resultados desastrosos para los fines de quienes pretendan utilizar la gran fuerza del personal docente y de asistencia a la educación en la persecución de objetivos alejados de la justicia, la verdad y la razón.

En esa batalla ganada para bien de las comunidades escolares y de la educación en general, que algunos quisieron colgarse como si de trofeos o presea alguna se tratara, fue un movimiento surgido ante la necesidad imperante de contar con las herramientas básicas para ejercer la función de manera óptima pero también fomentada por la absurda  cerrazón, los retos y amenazas surgidas; una combinación perfecta para el establecimiento de posturas definidas y sin vuelta atrás.

Pensar que las instituciones legítimamente establecidas para la defensa de los derechos laborales deben y pueden ser rebasadas, tomando en consideración el triunfo obtenido, arguyendo cualquier esquema o ejemplificación, quizá represente sepultar la discusión interna, el derecho a debatir, a discernir y poner en común las estrategias generales a seguir para la consecución de los próximos objetivos. En la democracia plena, la ropa sucia se lava en casa.

El  algunos pretendan erigirse como los grandes ganadores de una guerra que nunca debió iniciar, puede socavar la unidad, tal vez ciegue a determinados convocantes que, envalentonados, llamen a otras caminatas y plantones que, de sobra se sabe, en la calle no se resuelven. Prudencia, mesura y objetividad para elegir las batallas, es lo que se pide.

Es verdad que existen aún muchos temas y problemáticas por resolver, mismas a las que debe dársele celeridad para su pronta resolución, sin embargo, debe mediar en todo momento la inteligencia para saber definir los momentos y coyunturas apropiadas para ello.

Se dio una demostración más de la fuerza y el poder cuando se lucha por causas loables, específicas y alcanzables, tergiversarlo llevándonos a conflictos innecesarios puede cansar, debilitar y llevar a perder credibilidad; al hartazgo pues.

A veces las guerras, ni ganadas son buenas.