Rafah

Por: Rosalío Morales Vargas

Asedio y muerte. Sobre la pequeña franja
se precipitan olas salobres de orfandad,
el artero diluvio de fuego en Rafah,
aflige a gazatíes con mil calamidades
en la frontera insomne de la angustia.

El manto tenebroso de una pesadilla
sacada de los círculos ignotos del infierno,
devasta la ciudad otrora bulliciosa,
hoy convertida en yermo calcinado
por bombas asesinas cargadas de desprecio.

El último rincón en medio del desierto
sufre el asalto de la vesania colonial,
que se empecina en arrasar todo a su paso.
Ya no existe lugar a donde desplazarse,
la ceniza del odio cubre el horizonte.

La barbarie atosiga en los escombros,
el festín de las hienas imperiales
se mofa con crueldad,
de millones de voces en el mundo
que exigen se detenga el genocidio.

Los pútridos misiles de fango incandescente,
insisten en hollar una patria dolorida
con sus pisadas de perfidia nauseabunda,
en un intento estéril por borrar
los rastros indelebles de un pueblo milenario.

Ante la atrocidad no cabe resignarse,
es preciso indignarnos y a rebato
tañer con fuerza las campanas solidarias,
que conminen a erguir con entusiasmo
una lozana humanidad emancipada.

No podrá el belicismo contumaz
sofocar rebeldías insobornables,
porque este vendaval soez ha de amainar
y el viento del Mediterráneo y la brisa del Jordán
soplará con ternura en la heroica Palestina.