Confinamiento

Por: Rosalío Morales Vargas

Los días discurren con uniforme militar,
ataviados de tedio,
vestidos con el traje del hastío,
sofocados por las tenazas
de la monotonía y la rutina,
aprisionados en el vórtice
de una incertidumbre en torbellino.

Nos ha paralizado el miedo
que enfundado en su lúgubre casaca
deambula por el gélido arrabal
de una temporada gris y huraña.
Como una nube negra,
se extiende la penumbra
de la desolación.

Parecen esfumarse en nieblas del olvido
las amadas imágenes de antaño,
los chispazos fugaces de extasío
y las estampas vivas del arrobamiento,
la trémula belleza de una tarde
acicalada con fulgores del ocaso;
los instantes aquellos desgranados en el tiempo
que eslabonan fragmentos de la vida.

Sólo la lucha arranca los barrotes
de los presidios del encierro
y levanta los ánimos caídos.
Las utopías no se rinden,
ni declinan banderas
en medio de arideces y desastres,
no se amilanan ante terraplenes de silencio,
emprenden viajes errabundos, trashumantes,
hasta tocar confines de esperanzas;
vibran su eco intermitente
que sacude modorras y letargos
y entonan siempre, siempre
un canto de cigarras que no cesa
aun en los turbiones y tormentas.