Las clases tras un rostro alegre

Por:. José Luis Fernández Madrid 

Cada mañana o cada tarde cuando los maestros, maestras y el personal de asistencia y apoyo a la educación acuden a sus respectivos centros de trabajo, lo hacen con la firme convicción de seguir poniendo todas sus cualidades  y habilidades al servicio educativo, por ello, desde su misma llegada acuden con un rostro sonriente, saludan a sus compañeros y compañeras deseándoles el mayor de los éxitos en su jornada laboral.

En sus aulas y espacios de actividad, podemos admirar como su pasión y compromiso son inquebrantables, que permanecen incólumes a pesar de las adversidades a las que se enfrentan; en los breves espacios de convivencia escolar con sus pares no dejan de mostrar su mejor cara aunque tras de  ella subsistan situaciones personales que no necesariamente son las que en su alegre y amigable conducta exteriorizan.

Son muchos y muchas docentes quienes madrugada tras madrugada, día tras día y  noche tras noche luchan mentalmente con sus propios monstruos, pelean con sus fantasmas, combaten sus pensamientos intrusivos; situaciones que en muchos de los casos desgastan sus ánimos y crean severos conflictos en sus conciencias acerca de sí su actuar es el correcto, alimentando con ello el deseo de pasar a otros planos debido a  sentir que las satisfacciones personales o laborales no les alcanzan para alejar los demonios de sus atribuladas mentes.

Pocos o nadie se enteran del desánimo, de las profundas tristezas por las que atraviesan pero que el mundo exterior no se percata que la viven, en virtud de que ese combate entre lo personal, laboral y social puede resultarles en estigmatizaciones perniciosas.

¿Cuántos y cuántas maestros y maestra enfrentan condiciones mentales dignas de atención personalizada? Han habido ojos humedecidos de alumnos cuando accidentalmente descubrieron antidepresivos y/o ansiolíticos en los maletines o bolsas  de los docentes que más los hacían reír, que más ánimos les inyectaban para seguir con una  vida plena y feliz o un mundo maravilloso y prometedor para ellos.

Y sin embargo, los y las docentes consumiéndose por dentro soportando el interior y el exterior de sus vidas, odiando dichos sentimientos de desesperanza, preguntándose el porqué se sienten así, cuestionando hasta sus creencias religiosas para entender su condición y con ello poder seguir disfrutando de las maravillas que la vida ofrece; pero no, desafortunadamente en muchos casos no ganan sus batallas, tal vez algunas de ellas, pero la guerra no cesa, quizá nunca termine.

Estas luchas por sí solas merecen el reconocimiento social, merecen ser aplaudidas, requieren ser consideradas como encarnizados enfrentamientos de los mejores guerreros; estas condiciones vividas pueden ser aliviadas con un simple abrazo sincero y palabras de aliento emitidas por alguien que siempre estará presente en sus momentos de crisis.

A ellos y ellas, trabajadores de la educación activos y jubilados que viven en carne y mente propia los efectos de la ansiedad y la depresión, son triunfadores desde el momento mismo en que se despiertan para enfrentar el reto diario de vivir y aún con ello ríen y sonríen aunque mueran por dentro.