Por: Víctor M. Quintana S.
Nadie pensaba que Trump iba a ganarle a Hillary Clinton, y aunque obtuvo dos millones de votos populares menos, se llevó la presidencia de los Estados Unidos. Nadie pensaba que el ignorante y vociferante Jair Bolsonaro ganaría la presidencia del Brasil, luego de casi dos décadas de gobierno de la izquierda que sacó a millones de personas de la pobreza, pero Bolsonaro triunfó. Nadie pensó que en la muy democrática y republicana Francia un partido de extrema derecha, como el Frente Nacional llegaría a la segunda vuelta de las elecciones, pero sólo la unión forzada desde la derecha moderada hasta la izquierda en torno a la candidatura de Emmanuel Macron pudieron derrotarlo.
Atizada por muy diversos factores, la ultraderecha ha ido avanzando de manera global. El miedo es un factor determinante. En Europa, el miedo a la oleada de migrantes proveniente de los países árabes o a los gitanos de Los Balcanes. También juega fuerte el miedo por la globalización y la integración supranacional de las economías. Por eso la extrema derecha promovió el Brexit en el Reino Unido.
Este doble temor ha promovido el ascenso, por ejemplo, del primer ministro ultraderechista de Hungría, Víktor Orbán, quien precedió a Trump en la construcción de sendos muros en sus fronteras con Serbia y con Croacia. Del extremista ministro italiano Salvini y de su partido, La Liga, o de los Nacionalistas Demócratas de Suecia o Alternativa por Alemania, que a pesar de su postura extremista ya tienen importante representación en el parlamento de sus países. Lo mismo puede decirse del partido Vox en España y otras formaciones semejantes en Finlandia, Austria y Holanda.
En América Latina el ascenso de Bolsonaro es el ejemplo más claro del avance de la derecha extrema, pero hay que considerar también el golpe de facto que llevó al poder a la muy conservadora Jeanine Añez en Bolivia o a Iván Duque en Colombia.
Un factor muy importante en el ascenso de la ultraderecha es la creciente participación político-electoral de las nuevas iglesias evangélicas, lo que se ha denominado, el evangelismo. Es un fenómeno que se ha expandido en el mundo a partir de los años 80. Manejan una visión ultraconservadora de la vida, se basan en una lectura e interpretación muy libre de la Biblia para favorecer sus posturas. Utilizan cada vez más los “infomerciales” y emotivos programas de televisión. Están fuertemente trasnacionalizados, pues lo mismo tienen su cuartel general y plataforma de difusión en los Estados Unidos que en Brasil o en Corea del Sur. Todo esto a la vez que se aseguran muy pingües ganancias. Esta corriente cuenta ya con 660 millones de seguidores en todo el mundo y con ingentes recursos económicos.
En América Latina ha progresado incesantemente a costa del declive de la feligresía de la Iglesia Católica. Por ejemplo, en Brasil los católicos representaban en 1970 el 92% de la población; en 2018, sólo el 64%. El 70% de estos evangélicos apoyó a Bolsonaro en la elección de ese último año. Además de Brasil, los evangélicos han ganado fuerza política considerable en Colombia, Guatemala y Costa Rica. En México en 2018 el Partido Encuentro Social, con una fuerte base de iglesias evangélicas, apoyó la candidatura de AMLO y ahora como Partido Encuentro Solidario acaba de obtener el registro por parte del INE. Su agenda es eminentemente conservadora.
Este componente de evangelismo es lo que le da a la extrema derecha latinoamericana su carácter de conservadurismo social. Se oponen abiertamente a la ideología de género, a la que consideran responsable de la crisis social y valoral que dicen se vive hoy en día. Denuncian también a quienes favorecen la despenalización del aborto, los matrimonios entre personas del mismo sexo, y buscan impedir la educación en los derechos sexuales y reproductivos.
Sería muy desproporcionado decir que todos estos ingredientes están presentes en el movimiento reaccionario del FRENAA y menos aún en su elemental líder, Gilberto Lozano. Parece que su pivote de convocatoria es el ataque a las políticas de López Obrador y el lenguaje combativo de éste en las mañaneras. Hasta ahora ha aglutinado sobre todo a sectores de la clase media urbana. Se ha criticado lo endeble de su discurso ideológico y de su resistencia en la movilización.
Pero no hay que confiarse. Porque el fortalecimiento de las ultraderechas a nivel global es una tendencia real. Más que desdeñarlas o burlarse de ellas hay que atender a los factores que generan su reproducción y su crecimiento: la incertidumbre ante el futuro económico de las mayorías, agudizada ahora por la pandemia. El sentimiento de inseguridad ante la acción de los cárteles y la violencia en sus diversas formas. La insatisfacción de las expectativas generadas ante el nuevo gobierno, sobre todo en la provisión de algunos servicios esenciales como el de salud. La falta de una información suficiente, clara, sobria, sin descalificaciones, de los avances y logros del gobierno de la 4T, etc.
Atender con prontitud y eficacia todas estas cuestiones es secar lo que alimenta a la extrema derecha en México. Porque, como señala muy acertadamente Jorge Zepeda Paterson, si bien ahora su líder es muy limitado, no es descartable que surja una versión más inteligente y con mayor capacidad de convocatoria que él.
Para esa contingencia, lo mejor es que no tenga causas que encabezar.