Por: Rosalío Morales Vargas
Las calles fueron de ellas,
los monumentos y las plazas.
Pintaron y arengaron. Pusieron al desnudo
al pérfido agresor que las violenta.
» La culpa no era mía, no era mía»
» No era amor, no era amor, pinche macho acosador».
Rechazaron los tintes del desprecio,
los colores musgosos de apatía
y las cargas de vilipendio
que como fardo avasallante
mata, mutila, despedaza;
enfrentaron también
los remolinos de silencios,
las oquedades y el olvido
y las murallas de soberbia vanidosa.
No faltaron costumbres patriarcales,
los desplantes e inercias de un pretérito remoto,
las pulsiones impúdicas de protagonismo infértil
de aquel alfamachismo en declive pronunciado,
la ansiedad por la pose, gloria efímera,
para vestir de petulancia los días grises;
las insumisas arrojaron esto por la borda.
Jornada de mujeres esculpida en dignidad,
brilla un fulgor en claraboyas del tesón,
después de un viaje prolongado
a través de los túneles del abuso y el desdén.
Las luces de insurgencia se reflejan
sobre la tierra milenaria y arrasada.