Por: Manuel Gil Antón (Colaboración para El Universal)
A partir del Nuevo Modelo Curricular 2022, y la exposición en la conferencia matutina del 26 de abril de ese año por parte del Doctor Max Arriaga sobre la Nueva Escuela Mexicana (NEM), la “oposición educativa” reaccionó con vehemencia: en realidad, como en muchas dimensiones de la vida social, en el sector educativo hemos estado frente a un desplazamiento de las élites anteriores, productoras de las políticas y conductoras de su puesta en práctica. Si “sólo se destruye lo que se sustituye”, el cambio en el sector dirigente de la SEP fue visto, por los y las desplazadas, como la llegada de los bárbaros a los salones aristocráticos que creían suyos, y, por supuesto, significó la pérdida de su poder, influencia, manejo de recursos públicos, y construcción de clientelas no exentas de relaciones comerciales ni siquiera opacas, sino transparentes.
Basta un ejemplo: cada 24 horas, durante 2016, la SEP de la que era titular Aurelio Nuño gastó 2 millones 259 mil pesos en propaganda a favor de la visión idílica de su Reforma Educativa. Con pulcritud, y sin más instrumento que una calculadora, me di a la tarea de hacer sumas y divisiones a partir del reporte de los datos de gasto de esa dependencia federal en el rubro de Comunicación Social. Lo hice en la página correspondiente de la propia SEP.
Se firmaron 398 contratos ese año con diversos medios de comunicación y personas para mostrar los avances de su reforma en sets televisivos y espacios radiofónicos, anuncios de página entera en todos los diarios y columnas de opinión. Fueron 824.6 millones solo ese año: en promedio, 94 mil pesos por hora. A esa “velocidad media” corrió la propaganda gubernamental a favor de la más importante reforma estructural, como señaló Peña y su grupo: el nuevo PRI, que de nuevo solo tuvo una capacidad de hurto y cinismo mucho mayor.
Lo más interesante, a mi juicio, es que esa oposición, frente a la serie de adjetivos proferidos por el Doctor Arriaga, decidió responder con la misma estrategia: descalificando sin argumentar. Enrique Krauze, por ejemplo, que había caracterizado a la secretaria Delfina desde un clasismo inaceptable, expresó que los nuevos libros de texto eran “veneno para el alma y la mente de los niños mexicanos”, y Arriaga “un palurdo”. Marko Cortés, dirigente del PAN, señaló que los planes educativos de la NEM eran estratégicos para convertir las escuelas en “centros de adoctrinamiento. En templos para la adoración de López Obrador y su visión política”. Guevara Niebla, férreo defensor de la reforma del Pacto, converso por un corto periodo al obradorismo como subsecretario de Educación Básica y, luego, como el especialista y crítico autorizado de la élite desplazada, señaló: “los libros encierran una intencionalidad perversa, pues es perversa la intención de desmontar nuestra cultura moderna, democrática, universal, cosmopolita y nacional”. Es “una reforma antiliberal, antiindividualista y anticientífica”, y Arriaga es “arrogante, muy activo e hiperquinético”.
¡Está en peligro la educación de nuestros hijos! ¡No se valora el mérito! ¿De veras en el pasado se hacían bien las cosas con preciosos libros de texto sustituidos, afirmaba, por panfletos? Ha lugar a dudas: con sus propios elementos de evaluación, conservamos, a lo largo de al menos dos décadas los mismos muy malos resultados en su venerada prueba PISA y también en las extenuantes evaluaciones nacionales, realizadas cada año a pesar de que los expertos de ese entonces recomendaban que fueran cada semana. Recuerdo: evaluación sí, pero no así.
Frente a adjetivos, adjetivos de regreso. Frente a los riesgos del nuevo modelo, indudables, la exigencia del retorno a lo que no sirvió durante tantos años. Frente a nuevas personas en la conducción del sistema, el ansia del regreso a los puestos de mando y decisión, porque ellos sí saben hacer las cosas. ¿De verdad? Si sus propios instrumentos de valoración estandarizados los desmienten, quizá explique su actitud otra cosa: la nostalgia. Sí: una posición nostálgica de sus malos logros pero más (creo) de sus buenos puestos, ahora ocupados, según sus parámetros, por burros y plebeyos. Oposición interesada e inútil para un debate serio sobre la educación en nuestra tierra.
¿Todo tiempo pasado fue mejor? En este caso, y en tantos otros, no es sostenible su dicho y, lo peor que le puede pasar a quien ocupa la posición del despecho ilustrado, las razones para negarlo las brindaron ellos mismos.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México