Por: Rosalío Morales Vargas
Sí. Es de ida y vuelta.
Aprender enseñando
y enseñar aprendiendo,
descubrir colectivamente el mundo,
transformando la realidad con las acciones;
así es la vida de la maestra y el maestro.
La búsqueda constante,
sin fin curiosidad e inventiva,
tirado el «iluminismo» a la basura,
la colonización lanzada por la borda,
perenne el desafío de conocer,
derramado en el viento un clamor de rebeldía.
Sembrando por el mundo semillas libertarias
sin sucumbir a abyectas voces,
a fin de que se aleje la niebla presagiante;
convocando a las luces peregrinas
para alumbrar lo sórdido emboscado,
en donde la desfachatez se parapeta.
Educación para los nadie del planeta,
una pedagogía transparente,
que trate con sujetos y no objetos,
efluvio subversivo de diálogo fecundo,
conciencia abrillantada lejos del mercado
la inquisición y los cuarteles.
La invasión cultural nos esclaviza
bajo formatos altaneros y despóticos
en terruños de yermos y desiertos
o en parajes agrestes desolados;
la colonización nos cosifica
con una domesticadora maquinaria.
Conocer y estudiar en fértiles jardines,
y no reproducir la escoria del sistema;
nadie es un odre a ser llenado a contentillo
de la arbitrariedad y tiranías,
amuralladas entre estólidas paredes,
grabando en aguafuerte la estulticia.
Es permanente la tarea de transformar
y atizar los rescoldos del saber comunitario,
para que se construyan mujeres y hombres nuevos.
Terminará la orgía compulsiva,
porque se incendian con luciérnagas plebeyas
los modelos racistas ultrajantes.