Por: Rosalío Morales Vargas
Como si se tratara
de humo que se ahuyenta
en los ariscos vendavales de los años,
o discreto y silente se adensara
en la fugacidad de un anhelo suspendido;
así es la arritmia en el palpitar de la esperanza:
hace brillar fulgores avivados
en medio de la sombra
de un sórdido escondrijo.
El ánimo se encara a sinuosos altibajos,
asciende por las cimas
de intrépidas protestas,
y baja a precipicios
de exhaustas hondonadas;
va del intenso grito del reclamo,
a lánguidas plegarias por la ausencia,
del empecinamiento de un vuelo vigoroso,
a salobres raudales
de lágrimas vehementes.
Pero habrá de llegar el día en que la palabra
detenga los torrentes cenagosos
de aluviones y aludes de barbarie,
que arriban a los muelles desolados,
en el hosco fluir de los meses irredentos,
y podamos en paz
sellar con un abrazo,
todo este tiempo huraño de congoja.
Hoy se proclama
que nunca se claudica,
que el temple libertario se fermenta
en caldos de cultivo en rebeldía,
y no se arredrará el espíritu insurgente,
aun en la intemperie de la inquina.
Se gestan en la noche destellos luminosos,
pues la verdad y la justicia asomarán
ataviadas de luces en fúlgidos carruajes
de lucha y dignidad irrenunciable.