Por: Rosalío Morales Vargas
Sobrevivimos tiempos tempestuosos
de un año que parece una centuria,
a una constelación de adversidades
cruzada por congoja y por angustia;
permaneció la orgiástica violencia
dejando cicatrices muy profundas,
la globalización nos acarreó
vulnerabilidad densa y oscura,
el mundo se enrumbó hacia la picota,
a la inquietud e incertidumbre crudas.
El látigo de un germen virulento
fustigó las espaldas de la gente,
para el cual no hay vacunas perdurables
si la afección de fondo permanece.
De etiología social es la dolencia,
la verdadera enfermedad sufriente
es la avidez por más y más dinero,
apetencia por lujos indecentes,
la pulsión por ganancias ha engendrado
saqueo, despojo, hurto, crimen , muerte.
La expoliación de nuestra Madre Tierra
sometida al pillaje hasta el hartazgo,
los seres desechables al arroyo,
lágrimas en sus ojos anegados,
la inequidad rampante de personas,
el ansia de consumo sin recato
y la extracción de renta del sudor
que demuele los frutos del trabajo,
conducen al planeta a los abismos
en corceles por lucro aguijoneados.
Aun en el incierto panorama
se perciben chispazos de esperanza,
incluso entre las ruinas carcomidas
por la intensa tormenta, hay confianza
de que es posible armar la resistencia
y forjar voluntad para el mañana;
por encima de escombros calcinados
hay que tener en alto la mirada,
el desastre es barrido por el viento,
dignifica luchar por una causa.