Por: Mtra. Erika Gabriela González Gaytán
Soy docente de preescolar, quizá no sea la mejor maestra del mundo pero amo y respeto profundamente mi trabajo.
La responsabilidad de incidir en la mente, los corazones, el alma de mis pequeños es enorme, tanto que lo que haga o deje de hacer, tendrá implicaciones en el México del futuro.
El cómo verán su entorno, a su gente, su comunidad, su país, su mundo, pero sobre todo cómo lo van a tratar, depende en buena medida del trabajo que realice con mis niñas y niños.
Mientras escribo éstas líneas se hace un nudo en mi garganta, hoy en Chihuahua volvemos a semáforo rojo ante la embestida de una pandemia implacable, un poco porque lo es en sí misma y otro más porque nos falta desarrollar el sentido colaborativo y empático como sociedad.
Esta situación expone nuestra parte más sensible, nuestro grado de tolerancia, nuestra capacidad de manejo de la frustración, nuestra resiliencia; saber que la distancia para volver a la «normalidad» hoy está más lejos no es sencillo.
En éstos días de pandemia estamos aprendiendo más de la vida misma que de contenidos curriculares, exacto aprendizajes significativos.
Se nos dijo desde la Secretaría de Educación pública: todo lo que se haga, toda la labor del docente en éstos tiempos debe ir encaminada a desarrollar aprendizajes, conocimientos, actitudes y valores que contribuyan a que los niños, niñas, adolescentes, jóvenes y sus familias puedan enfrentar de la mejor manera la «nueva normalidad», palabras más, palabras menos, que salgamos de esta grave situación más fortalecidos que nunca, que salgamos.
Pero qué pasa en un día común de un maestro en tiempos de pandemia, les cuento.
Tengo 20 alumnitos de 3 ya casi 4 años, como dicen ellos; obviamente no podemos verlos, así que estamos haciendo lo que se puede con lo que hay.
Diariamente imparto dos clases por video llamada, una a través de zoom y otra a través de WhatsApp, un buen día en zoom quiere decir lograr captar hasta 9 alumnos, un buen día de WhatsApp 2 de ellos.
Y diariamente sin exagerar duele pensar en el resto, se les extraña, de ellos 6 están siendo atendidos por papá y mamá que aplican la programación semanal que envío con los materiales acordados, no nos vemos, la comunicación no es la ideal. A los 3 peques restantes se les atiende escasamente, no es reclamo es una realidad penosa para la educación y depende de tantos factores como condiciones familiares existan.
Ésto, las condiciones familiares son lo que en verdad está representando un gran reto, es lo que estamos enfrentado la comunidad educativa, familias, alumnos, docentes; esas condiciones nos están poniendo a prueba.
Parte del discurso en las políticas públicas siempre ha sido que la escuela, el edificio, la institución, su organización y la comunidad que la conforma son un espacio de igualdad y equidad a lo largo del trayecto formativo de los futuros ciudadanos.
Cuánto sentido adquiere hoy ese planteamiento, cuánta nostalgia por volver nos trae el ver, el vivir las diferencias sociales.
Me lleno de sentimientos encontrados, por un lado felicidad, agradecimiento, gusto, saber que hay pequeños que tienen diariamente acceso a los medios de comunicación; pero por otra parte también de rabia, de indignación, de ansiedad que otras familias luchan diariamente por mantener su única fuente de ingresos para al menos comer y pagar los servicios básicos; el internet, las video llamadas, esos «son lujos» que muchos no se pueden dar.
Ayer por la noche intercambié algunos mensajes con una madre de familia, no es la primera vez que me llama llorando para decirme que no sé lo culpable que se siente por el «abandono» en el que tiene a su peque, pide disculpas sin número de veces prometiendo que hará todo lo posible por conectar a su niño en la siguiente sesión y que hará igual todo lo que esté en sus manos para ponerlo al corriente con las actividades.
Sus razones, para lo que ella llama abandono: madre soltera, sostén de sus tres hijos uno de universidad, primaria y preescolar respectivamente y de sus dos padres. Su trabajo venta de comida, casi no hay trabajo y la tarea de los dos hijos mayores más las labores del hogar absorben todo su tiempo, termina exhausta pasadas la 9 de la noche.
Un día de esos difíciles, como si no lo fueran todos, me llamó para decir que daría de baja a su hijo, «es que ya no puedo más maestra».
¿Qué contenido curricular podemos trabajar aquí?, ¿qué discurso pedagógico que valga puede ayudar en verdad a esta madre, a esta familia, a mi alumno?, ¿cómo lucho yo docente contra eso? Se trata de mantenerlos ocupados, hacer como que hacemos, no hay más, me dijo alguna vez una persona; ¿en verdad se trata de simular, será eso lo único que queda?
Hoy un padre de familia me pidió escucharlo un momento después de la sesión por video llamada en zoom, «maestra hable con mi hijo, no sé qué hacer, siento que me veo muy mal con usted y los demás papás llamándole la atención pero no se está quieto, hoy no le puso casi atención»; mientras el hablaba yo lo escuchaba, percibía sin duda la ansiedad en su voz, esa que te dice que quiere hacer lo mejor posible como padre para su hijo pero no sabe cómo.
También lo miraba, veía sus ojos, cansados, con profundas ojeras; veía a uno de nuestros héroes cómo después de haber cumplido con su extenuante y larga jornada nocturna luchando contra el COVID-19, llegaba a casa y en lugar de irse a dormir para recuperar fuerzas se ponía frente al celular a apoyar a su hijo y a su maestra para cumplir con su rol de padre y honrar una vez más a su patria contribuyendo con la formación de un futuro ciudadano.
«Es que yo quiero que le ponga atención maestra, que la respete a usted y a a su trabajo», me dijo. Aquí los ojos se me llenaron de agua y me esforcé porque él estaba quebrado, yo tenía, tengo que ser un punto de apoyo, de fortaleza para mis familias.
Después de su cotidianidad este señor se preocupa por sembrar valores en su hijo de amor a la educación y respeto hacia su maestra, que mayor compromiso de un padre de familia que ese, ¿quién tiene que honrar a quién?
La lección de hoy créanme fue para mí, es aquí cuando una vez más agradezco y ratificó el amor y compromiso también de mi parte para con mi profesión.
Pero de nueva cuenta, ¿qué dicta el plan y programa de estudios para éstos casos, qué debemos anteponer, la consecución de las tareas pedagógicas o la parte humana?, opté por la segunda.
Esa que forma parte del nuevo enfoque «humanista» de la educación, de la nueva escuela mexicana y entonces me ocupé en lugar de pedir productos y dar sugerencias pedagógicas, de comprender, de abrazar a la distancia, de decir te entiendo, lo entiendo.
Comprendo tu cansancio, tu inquietud, no es la escuela, no es el espacio, no son los materiales, no es la forma, es cansado ver por tanto tiempo la pequeña pantalla de un celular, para un niño de 4 años un ahora así, es demasiado, impensable cumplir el tiempo de una jornada regular.
Comprendo su ansiedad, usted ya realizó su labor y vaya labor, todo el personal de salud está al límite, me honra y agradezco infinitamente sus palabras, pero esta es mi labor usted me está apoyando a mí, a su hijo esta es nuestra tarea y usted la está haciendo posible.
También le dije que me preocupa mucho el aprendizaje pero la verdad no sé si más que su relación padre e hijo, no sé si más que un mal recuerdo, los regaños de papá por no poner «atención».
¿Valdrá la pena un recuerdo así en el corazón de un chiquito de 4 años por «cumplir» con las disposiciones del sistema educativo en un entorno con condiciones absolutamente hostiles, en un país donde la crisis generada por la pandemia no ha hecho otra cosa que acentuar la desigualdad social? Quizá, o tal vez no, no lo sé, no lo creo.
Así más o menos las 11 historias de mis lunes a viernes, las otras 9 no las vivo tan de cerca, esas diferencias sociales no lo permiten sea por el trabajo, falta de saldo, o cansancio de los padres, razones sobran, todas ellas respetables, todas ellas lacerantes para ellos mismos y por supuesto para mis alumnos.
Que Dios nos bendiga y ayude a continuar, a entregar siempre la mejor sonrisa, las mejores palabras de aliento, a ser un remanso para nuestras familias, nuestros niños y niñas en estos días de escuela en tiempos de pandemia.
Mtra. Erika Gabriela González Gaytán