Por: Rosalío Morales Vargas
Arremeten los años,
raudo discurre el tiempo indetenible;
sombras de impunidad
abyectas se despliegan
en el cielo de púrpura y topacio.
Era el Jueves de Corpus
del 10 de junio del 71.
Cercana ya la hora del crepúsculo
se desataron las furias asesinas
contra un contingente estudiantil
que propulsaba otras primaveras
y poner fin a un régimen caduco.
Vomitaron escoria los fusiles,
y varas de bambú ensoberbecidas
cumplieron con ruindad su cometido:
mutilar entre ríos de improperios
pétalos de lozana rebeldía.
Día trágico de imágenes adustas,
de injusticia rampante y vengativa,
enhebradas en una espesa malla
de intereses de cúspide
y sórdida impudicia.
Rescoldos de la fragua inextinguible
con su luz y calor,
impiden que una sábana de niebla
cubra con la ceniza del olvido,
el acto sanguinario perpetrado
por sicarios y halcones,
en la Calzada México Tacuba.
Sin duda se abrirán
las grandes alamedas del decoro,
brotarán las semillas irredentas
sobre la tierra hostil y atribulada.
Ya lejos en las décadas y lustros,
pero cerca en la indómita memoria,
en el recuerdo heroico y transparente,
sobrevive a la amnesia el 10 de junio.