Por: Rosalío Morales Vargas
Avanza y se detiene en algún punto,
al erguirse el sigilo en los cuarteles
con voces de cadalso;
las charreteras no le abren paso franco,
la pisotean las botas y galones,
en hendiduras de furor y de ignominia
la verdad se deslíe y escabulle.
Una confusa telaraña de oquedades
se teje en el atónito mutismo,
en el habla sin eco,
la pesadilla sigue calcinante
como pesada brasa en la memoria;
ni una señal absorta se distingue
en el telúrico confín del horizonte.
Conturbada la duda se desliza;
entre un mar de inquietudes
e intrigas palaciegas
se va pasando el tiempo inextricable,
se amotinan los meses y los años,
asoma en los funestos nubarrones
impávida la insania torva y cruel.
Oleadas de zozobra,
el alma en pedazos,
la felonía no se aclara;
es preciso atizar en el caldero
las llamas de una pira desafiante
que jamás aniquile la ternura,
ni que se extinga el pundonor alzado.
Que no llegue la niebla del olvido,
la indulgente molicie
a regodear el ávido desdén
y que la indiferencia y el desgano
no advengan con su carga displicente,
a marchitar las flores
de la tan postergada primavera.
El abismal dolor se ha entecruzado
con los deseos y ganas de justicia,
y si en algún rincón de la perfidia,
la sordidez protege a los verdugos,
la dignidad se eleva como espuma
por ventanas de luz,
y lanza el recio grito ¡ hasta encontrarles!