Por: Rosalío Morales Vargas
El desigual combate parió una alborada
en el amanecer cristalino de septiembre.
El aire vigoroso de la sierra
brindó el impulso audaz de un torbellino
al arrollador sueño de justicia,
a la conciencia en rebelión,
y a la moral henchida de entusiasmo,
para incendiar con fuego libertario
la arisca casamata del ultraje.
El fragoroso crepitar de los fusiles
cubrió con acre pólvora insurrecta
el rojizo diluvio de la aurora,
y al emerger el sol contrito y abrumado,
ocho cuerpos de osados combatientes
en perenne vigilia,
yacían en la planicie cubierta de rocío,
mostrando al mundo atónito y perplejo
la heroica decisión de redimirlo.
Desvanecido en luto avanzaba el día,
se amotinó la rabia en el cortejo de valientes,
y un turbión de afligidas lágrimas de pueblo
irrumpió en acuosos borbotones
de ojos anegados en dolor,
al despedir la sangre temeraria
del primigenio intento de romper cadenas
y curar antiquísimas heridas,
causadas por grilletes opresivos.
Sin reposo cabalga la memoria
en los suburbios de la madrugada.
La generosidad inmensa y el deber cumplido
de la guerrilla legendaria de Madera,
con tesón fertiliza
los yermos campos de la abulia,
para que surjan brotes de insurgencia
y fermenten los ánimos inquietos
con cánticos sonoros de lucha y de victoria.