¿Vale la pena ser ATP?

Por: Dr. Joel Orozco, Asesor Técnico Pedagógico

La respuesta es ambigua y complicada de responder. Si lo vemos desde la perspectiva económica no, ya que carecemos de viáticos como los supervisores escolares, nuestros esquemas de prestaciones se han modificado en forma desigual y algunas veces, para las autoridades educativas somos necesarios y otras no tanto. Esta función ha vivido aciertos y desaciertos que han puesto en entredicho la viabilidad de esta promoción. Con la entrada en vigor de la Ley General para la Carrera de las Maestras y Maestro (LGCMM) en el año 2013 se ha vuelto un espacio horizontal que desde la mirada administrativa sólo se hizo de lado para dejar libre el camino a la estructura vertical y dar paso a los movimientos de dirección, de supervisión y en algunos casos jefes de sector.

Sin embargo, en nuestro sistema educativo, el cual está en un proceso de transición hacia a un paradigma de trabajo emancipador y decolonial, donde el humanismo mexicano; pilar de la Nueva Escuela Mexicana (NEM), busca romper con la educación maquilera para fortalecer la solución de problemáticas desde el contexto comunitario. Con lo anterior, vale la pena ser ATP porque esta función apegada al ámbito académico y pedagógico puede ser precursora de una transformación en las prácticas docentes, que algunas veces se vuelven monótonas, descontextualizadas o mecanizadas. Lo anterior a causa de varios factores como la sobre población de alumnos en los salones, la migración de familias, la excesiva y tediosa carga administrativa a la que muchas veces el profesor se enfrenta, ha hecho que estos fenómenos en las prácticas de enseñanza sean el común denominador.

Es aquí donde el ATP tratará decolonizar estas situaciones tomando como ejemplo su contexto, acompañando a las y los docentes en los salones de clases para asesorarlos y apoyarlos en estos procesos emancipadores que para nadie han sido fáciles de concebir e implementar. “Un elemento esencial para el acompañamiento pedagógico es reconocer como persona a la profesora y al profesor, asimismo, como sujetos históricos, reflexivos, dialógicos y en permanente reinvención”. (Cisneros, 2024).

Es por ello que el Asesor Técnico Pedagógico, a pesar de todas las situaciones multifactoriales que atraviesa en su estabilidad laboral, no debe ser sólo un transmisor de conocimientos, de estrategias o didácticas, de carga burocrática o sujetarse a implementar recetas académicas fuera de la realidad en las escuelas donde interviene. Su trabajo desde la mirada de la NEM es un proceso que debe provocar una lectura de la realidad profunda en las formas de enseñar y de aprender que hemos perpetuado en espiral, que sólo han transferido grandes cantidades de conocimiento memorístico, sin importar las problemáticas reales a las que se enfrentan los estudiantes. Es aquí donde se debe problematizar y priorizar las situaciones que emanan desde sus colectivos a través de un plan de trabajo sociocrítico; concepto que se acuña en la NEM, de situaciones concretas y reales que viven los docentes, para desde allí, poder apoyar y ayudar a quienes nos encontramos perdidos con el trabajo por proyectos comunitarios.

Acompañar para asesorar y potenciar las capacidades humanas de las y los profesores es crucial para fortalecer su identidad, la mística y el liderazgo comunitario. Por cierto, ¿de qué liderazgo hablamos? De uno que establece relaciones dialógicas, que promueve la democracia, que dirige obedeciendo al colectivo, que revoluciona los procesos y que tiene autocrítica. (Cisneros, 2024, p. 31).

El ATP no tiene la fórmula exacta para solucionar tantas problemáticas en el devenir magisterial, pero si tiene frente a él, la gran oportunidad de ser un emancipador en su contexto inmediato; es decir, sus colectivos docentes, para generar esa reflexión y ese pensamiento crítico de cómo mejorar para lograr los fines del currículo nacional “aprender a desaprender lo impuesto para volver a aprender” (Walsh, 2020).

Retomando la pregunta que da origen a esta reflexión, vale la pena ser ATP, porque este nuevo plan y programa de estudios nos da la autonomía de implementar aquellas acciones que quizá por normativa o por rigidez no se hubieran podido realizar. Porque mientras los gobiernos o dependencias educativas de los estados simulan trabajo académico, él impacta directa o indirectamente en el aula, en la escuela y en la comunidad docente. Sin embargo, no se debe caer en el conformismo de esperar a que todo nos llegue hecho y prefrabricado para reproducirlo. Al contrario, a pesar de todas las problemáticas que se viven y se han generado dentro del acompañamiento y de la asesoría, esta figura debe propiciar una coyuntura que vaya más allá de la letra, más bien, ser la expresión viva de una praxis de enseñanza emancipadora.