Por: Rosalío Morales Vargas
Han rasgado despóticos grilletes,
sublevando al sometimiento empedernido
encubierto en oscuros parapetos;
ya no aceptan migajas ponzoñosas
ni capitulaciones envueltas en bisuterías;
pregonan con tesón un vivir igualitario
ahuyentando graznidos de los cuervos.
Escarnecidas, ultrajadas al galope de los siglos,
se niegan al lamento suplicante,
detestan el hedor del privilegio
y las promesas en perjurios convertidas,
no admiten las prebendas vergonzantes
presentadas con ínfulas soeces,
ni las brechas atávicas de controles veleidosos.
Han sido sufragistas, defensoras del ambiente,
fervientes guerrilleras de la aurora,
activistas de todo, profesoras indomables,
artistas, periodistas, estudiantes,
espoleando a la indiferencia apoltronada
a abandonar la impávida apatía
horadando la niebla con su luz.
También las de los subterráneos de abandono:
Lavanderas de ajeno y vendedoras ambulantes,
pepenadoras de ilusiones en hoscos basureros,
perseguidoras de utopías huidizas,
aseadoras de baños y empacadoras de tiendas de abarrotes,
amenazadas por la miseria permanente
que se hunde entre dunas aflictivas.
Las voces silenciadas de la historia
hoy amotinan sus palabras insumisas
y hacen añicos relaciones opresivas;
no caen en las fauces del abismo
ni temen a la horca ni a la hoguera;
con el viento primaveral alzan el vuelo
y gestan claridades preñadas de futuro.
Muy otro será el mundo con mujeres liberadas
del yugo atroz y fantasmal de las violencias
y la cadena del capital y de la usura;
del cautiverio sórdido de escombros ominosos
que las mutaba en súbditas y esclavas.
Se alejará la bruma gris de vejaciones
con el fulgor de las mujeres en lucha inquebrantable.