El arte de escuchar… y actuar

Por: Profr. José Luis Fernández Madrid

Capacidad suprema del intelecto del ser humano, sin duda, es el saber escuchar; reconocer como valiosas las expresiones emitidas por personas que forman parte de nuestro círculo personal o laboral cuando éstas se realizan con el fin de mejorar es una virtud.

Y si para las situaciones particulares la escucha activa representa una oportunidad para reflexionar, analizar y/o redefinir determinadas conductas, más valía tiene cuando se ostenta un encargo que implica jerarquía de mando o bien, una representación colectiva ya sea popular, social o gremial.

Hay voces, muchas, que en aras de generar un movimiento catalizador de acciones pueden ser tomadas en cuenta sin necesidad de satanizarlas o desecharlas a priori pues decidir tapar los oídos porque no conviene a los intereses es, por decir lo menos, irresponsable.

Si existe un reclamo generalizado, recomendaciones a voz en pecho o a través de gritos silentes e ignorar éstas peticiones por timoratos, por carencia de valentía o por temor es señal de que el liderazgo está en riesgo.

La omisión, el desdén o el menosprecio de las exigencias y solicitudes de subalternos, representados o agremiados para actuar en búsqueda de la mejoras tanto en la relación como para la obtención de beneficios, es anclarse en una estática que los tiempos actuales no permiten; la movilidad y el llamado urgente a actuar merecen ser escuchados con paciencia, serenidad y prudencia pero con determinación.

Dejar ser y dejar pasar, apostarle al tiempo, al olvido o a la displicencia cuando las situaciones arden en llamas sin tomar acciones que apaguen el fuego puede representar la rápida caída a un precipicio que ni la más generosa y brutal campaña comunicativa o de difusión para justificar los efectos negativos de la inoperatividad va a poder detener.

Escuchar para definir actuares debe ser condición inherente a todo representante, a todo jefe, a todo dirigente. Para cavar tumbas solo hace falta dejar de hacerlo.