Por: Rosalío Morales Vargas
No queda duda alguna, fue el estado,
la infernal maquinaria impune y torva
quien cercenó anhelos libertarios,
esparciendo de súbito las sombras.
No por haberlo presentido alivia,
aunque el aviso deja el alma rota,
electriza con ansias de naufragio
la noticia fatal, desgarradora.
Trama de contubernios y silencios,
como yedra voraz que infame brota,
en una espesa niebla y un vacío,
mutada en inquietudes y zozobras.
El día triste, opaco y alevoso
deshoja los minutos y las horas,
y entre el vestido de las nubes grises
se filtra una llovizna melancólica.
Demoledor el golpe recibido,
la tierra desolada y en congoja,
el sabor de la ausencia taladrado,
digna rabia en aludes se desborda.
No se deslíe el brillo del recuerdo,
la justicia aún está remota,
pero un ígneo relámpago en la noche
aviva el pundonor y la memoria.
Se despereza el tiempo de la abulia,
torbellino de acción formando olas,
en una ruta insomne y renovada
endereza la brújula a la aurora.