Por: Manuel Gil Antón
Imagine: en una ciudad, a las 6 de la mañana, ocurre un terremoto devastador. Los derrumbes son abundantes, y las edificaciones fracturadas, muchas de ellas en vilo, se cuentan por millares. En cada sitio desplomado inician los vecinos y voluntarias la afanosa búsqueda de sobrevivientes: a mano limpia; a veces con el auxilio de albañiles que saben cómo se construye y localizan caminos factibles para buscar gente, o guiados por expertos en esos duros menesteres. Como sea, hay que entrarle al rescate. Otras personas juntan agua, hacen tortas, recaudan víveres o tareas similares.
El alcalde anuncia que dará una conferencia de prensa a las 11 horas. Inicia puntual: “Buenos días. Tengo el gusto de anunciar a la población que, a partir de mañana, entrará en vigor el Nuevo Reglamento General de Construcciones que sustituirá al vigente, pues el actual es pésimo, malo, equivocado y equívoco por obsoleto, que protege al capital inmobiliario y, por ello, está repleto de normas inaceptables para la nueva época que mi administración está abriendo. Con él, seremos, a partir de agosto próximo, la mejor ciudad habida y por haber.”
El asombro y la incredulidad es generalizado, no solo entre los reporteros y camarógrafos que llenan la sala, sino en todos los que, a través de la radio, la tele e internet – en tiempo real – escuchan al alcalde de marras. ¿Neta oí bien?
“Oiga, grita una reportera y muchos la secundan: ¿cuántos edificios cayeron? ¿Ya se sabe el número de víctimas? ¿Hay una lista de desaparecidos, aunque sea inicial?”. El coordinador de comunicación del gobierno dice: “Por instrucciones superiores, no habrá sesión de preguntas y respuestas. El señor alcalde llevará, sin demora y en persona, el documento a los talleres gráficos, para asegurar que arribe íntegro el Nuevo Marco Normativo 2022 para la Ciudad del Futuro. Gracias por su asistencia”.
El griterío es un poco menos fuerte que el estupor: ¿cómo carajos se le ocurre a este señor dar tal anuncio con la ciudad tumbada, sin que se haya asentado todavía el polvo, y tanto dolor y desgracia nos circunden?
Coincidirá usted que sería todo un despropósito, una aberración, ¿verdad? Pues es análogo a lo que le sucede a la educación mexicana en estos días: sustituya al temblor por la pandemia; a los derrumbes con rupturas en el aprendizaje; a los heridos por niñas o niños que están en cuarto año y batallan para escribir su nombre, y a quienes perdieron la vida en el temblor con los que ya no tienen vínculo con la escuela.
¿Cuántos son los que se han ido? Hay que averiguar lo que no pudieron aprender con el programa “Desaprende en Casa”, y lo que sí fue importante en su vivencia en el encierro. ¿Qué se puede hacer para apoyar a los que se rezagaron? Silencio en palacio.
No es oportuno, no es necesario, no es responsable huir hacia adelante con el sistema educativo cuarteado o en el suelo. Urgen programas (no uno solo) de rescate, variados como es el país, fundados en lo que las y los maestros informen luego de valorar los daños, atentos a la voz de las niñas y niños y sus familias, en tan distintos entornos.
¿Por qué la SEP elude organizar esta tarea imprescindible? Es necesario exigir a las autoridades educativas que hagan posible que emerjan proyectos, de nuevo en plural, orientados a paliar, en lo posible, los daños. Es lo que les toca hacer y a nosotros demandar. Llevará tiempo enderezar las cosas: no lo perdamos en discutir, con adjetivos cruzados, un conjunto de ocurrencias deshilvanadas. No se vale.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de
El Colegio de México
@ManuelGilAnton