Por: Profr. José Luis Fernández Madrid
Sin duda uno de las mayores satisfacciones para los y las estudiantes recién egresados de las diversas instituciones formadoras de docentes se presenta cuando se les asigna su centro de trabajo para desempeñarse formalmente como docente.
Por ello, con todo el entusiasmo y la alta expectativa de desarrollar sus habilidades, cualidades y talento, parten hacia los distintos puntos de la geografía estatal para presentarse en sus escuelas; no importa el lugar, lo trascendente es que ya trabajarán como maestros y maestras.
Y si bien su labor les llena de alegrías, las penurias para los “maestros foráneos” comienzan desde el momento mismo de su llegada, pues de inmediato, deben buscar dónde y con quien quedarse ya que en muchas ocasiones llegan sin tener familiares, amigos o conocidos en su nuevo lugar de residencia. Quienes tienen posibilidad de viajar, trabajar y regresar son bendecidos aunque el cheque resista poco.
En la búsqueda del cumplimiento de su sueño docente, tanto hombres como mujeres, dejan hijos, padres, hermanos, esposas, novios, novias, prometidos en sus anteriores lugares de residencia; extrañarlos en la soledad de la lejanía es uno de los mayores retos a los que se enfrentan, su vida cambia, la dinámica se modifica y la distancia se convierte en ocasiones, en implacable elemento que les lastima el alma y merma sus ganas de continuar. Se llegan a perder cosas irrecuperables,
Ante la falta de certeza del saber cuándo se “acercarán” a sus respectivas ciudades de residencia, la desesperación hace mella: pagar por su nuevo domicilio y mantener su hogar de origen, para que les cuiden a sus descendientes, perderse del crecimiento y desarrollo de los mismos, dejar de compartir con sus compañeros de vida o limitarse de convivir con sus padres, lacera el espíritu, carcome su interior. La aventura foránea no necesariamente hace sentir plenos a los nuevos y nuevas maestras.
Viajar los fines de semana, buscando con quien, desembolsar por su regreso y ver el raquítico pago, casi insulto quincenal, que reciben por sus servicios educativos se convierte en una carga que hace temblar sus ímpetus y ponen en duda si eligieron el camino profesional correcto.
La valentía de los “maestros foráneos” es inconmensurable, la esperanza de una vida magisterial satisfactoria y productiva es lo que los mueve a soportar una y mil carencias, los rostros de sus estudiantes cuando cada mañana les ven llegar mitiga el escaso reconocimiento gubernamental que se les hace dejando de entregarles prestaciones y remuneraciones que años atrás a otros docentes sí se les hacían pero que por obra, inacción u omisión dejaron de percibirse.
Las ganas de seguir, si bien es intrínseca dada su vocación, bien puede compensarse con el reconocimiento oficial vía una mejor paga, para al menos, sortear los vendavales económicos a los que se enfrentan, aún y cuando los de su motivación interior quede marcada para siempre por vivir o haber vivido fuera.