Por: Manuel Gil Antón
¿Por qué las consultas para generar, enriquecer, corregir o refutar proyectos que buscan ampliar las oportunidades de aprendizaje en el país, suelen ser ejercicios fallidos? ¿Se hacen así, adrede, para hacer de cuenta que se escuchó al magisterio, e imponer, con cierta legitimidad, lo que el poder en turno considera correcto o conveniente? Se informa: “hubo tantos y cuantos foros, congresos, asambleas o algún término equivalente; llegaron 25 mil propuestas y ya se han procesado con un moderno programa de cómputo; fueron ponentes varios cientos o miles de personas”. Esta conjetura goza de cabal salud, y tiene asidero con base en la evidencia empírica de muchas iniciativas de este tipo durante décadas.
Hay, quizá, un factor más relevante que las conduce sin remedio a la esterilidad: se trata de la puesta en marcha de procedimientos de auscultación en que no es factible la discusión serena, ni la gestación de propuestas interesantes y adecuadas a los diversos contextos en que ocurre la labor pedagógica. La forma es fondo, sí, y la forma de las consultas tiene, como fondo, la manera en que están organizadas las y los docentes.
La concepción del profesorado juega un papel determinante: si no se les concibe como profesionales a cargo de una tarea intelectual muy compleja y especializada, sino como operadores entrenados para ejecutar los planes y programas de estudio tal como lo indica la autoridad (además de encomendarles actividades administrativas huecas), entonces la necesidad de escuchar sus análisis y propuestas es baladí.
Vistos de esta forma, la estructura de su vinculación institucional cotidiana sigue los ejes administrativos, laborales o sindicales: se circunscribe a la relación contractual y los mecanismos de control.
¿Qué pasaría si, reconocidos como especialistas en la generación creativa y contextual de ambientes de aprendizaje —ahí reside la verdadera revalorización del magisterio—, se ubicaran en espacios colegiados de estudio, intercambio y diseño de estrategias didácticas que, en el marco de las grandes líneas constitucionales y de orientación pedagógica nacional, las adecuaran a la especificidad de sus condiciones, modalidades escolares y niveles de estudio? Es decir: como profesionales asociados en el desempeño de una actividad intelectual y práctica de enorme importancia para la sociedad, con alto grado de dificultad, así como amplias posibilidades de innovación diferenciada.
Si imaginamos al magisterio laborando así, entonces el espacio idóneo para las consultas sería ese, y coordinados con otros sitios semejantes, podrían ser la fuente de consideraciones de muy alto valor para la transformación educativa en nuestra tierra.
Al hacer que una parte central de las reformas educativas (sí, en plural) sea la construcción de modalidades colegiadas diversas, acordes a la desigualdad de condiciones y contextos, no solo daría cabida a procesos de consulta de una riqueza inimaginable hoy, sino a formas del ejercicio de la docencia inéditas y fértiles.
Esto es un bosquejo, muy inicial e incompleto, de una propuesta que, en aras de hacer efectivas las consultas, puede abrir otros caminos para el trabajo docente: zafar al magisterio de los hilos propios de las marionetas, para fortalecer sus capacidades profesionales. Situar la perspectiva y motor del cambio en otra modalidad de organización de base. Descentralizar a fondo, sin pensar que equivale a mudar la SEP a Puebla: se trata de reorganizar el sistema. ¿Será posible? Ojalá, pues urge.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México
Fuente: Educación Futura