Por: Rogelio Javier Alonso Ruiz
Ese 15 de mayo era una fecha especial en el calendario cívico. Lo sabía el funcionario que, apenas despertó, no dudó en publicar mensajes a través de sus redes sociales felicitando a los maestros y reconociendo su labor incansable en la formación de la niñez y la juventud. La hora del festejo se aproximaba: un concurrido desayuno al que asistirían cientos de docentes y en el cual tendría que dar un mensaje a propósito del día social que en esa ocasión los reunía.
Mientras el evento avanzaba, repasaba las líneas del discurso que daría, entre las que había subrayado frases que enfatizaría más adelante: “son insustituibles”, “merecen todo nuestro respeto y admiración”, “forjan el futuro de la patria”, “tienen en sus manos lo más sagrado: nuestros niños y jóvenes”… No recordó el funcionario que aquellas frases eran casi idénticas a las que el año pasado había incluido en un mensaje cuando festejó aquel día social.
Para hacer más conmovedor su discurso, referiría una serie de anécdotas personales con el fin de mostrar su genuino aprecio por la docencia: cómo olvidar a su maestra de primero de primaria que con tanta ternura le enseñó que la “i” sonaba igual que la ratita o de aquel de la universidad que le permitió no sólo conocer sino amar su profesión. Sin el compromiso de aquellos profesores probablemente no estuviera leyendo ese mensaje ni hubiera llegado al importante cargo que ostentaba. “A mis maestros les debo lo que soy”, sentenció al finalizar aquella arenga, desatando una ola de aplausos entre los asistentes.
Sin embargo, pese a la entusiasta participación de aquel funcionario en los festejos, el día después del 15 de mayo todo siguió igual. Volvió a su oficina a “torear” a los profesores de Telebachilleratos que llevan meses sin cobrar la quincena. Argumentando una reunión de última hora, borró de su agenda el encuentro con los profesores de inglés que llevan años pidiendo vacaciones pagadas y derecho a incapacidad. Dejó para otro momento la lectura de los oficios de maestros que reclaman haber sido excluidos injustamente de los procesos de promoción. Para ese entonces, el discurso que con tanto ímpetu había pronunciado hace menos de 24 horas ya había pasado por la trituradora.
No se puede negar la importancia del 15 de mayo para reconocer a la docencia. Ahí están las muestras sinceras de afecto y admiración por parte de padres de familia y alumnos. Docentes manifestándose orgullosos por la labor que realizan cotidianamente, enalteciendo su vocación e identidad profesional. Reconocimientos entre colegas. Ceremonias solemnes para premiar trayectorias de maestros que han entregado su vida por décadas a la enseñanza. No se desprecian todos estos actos, al contrario.
Nadie supone que un día social represente un momento mágico para resolver las complejas situaciones económicas, laborales y profesionales del magisterio. Ese quizá no sea su fin directo. Sin embargo, se debe advertir que en esta fecha afloran expresiones demagógicas de reconocimiento, con un tufo de hipocresía. Elogios baratos con los que se busca disimular la indiferencia. Actores de las estructuras gubernamentales y sindicales que con las palabras acarician al magisterio, pero con los hechos lo golpean.
Es importante estar conscientes del espejismo que representa esta fecha, sobre todo en las muestras de afecto provenientes de algunos que ocupan los más altos cargos del aparato de poder. Sale más barato, y quizá sea más vistoso, rifar un auto entre los profesores que proporcionarles servicios médicos de calidad. Es más fácil hablar de revalorización magisterial que reforzar el presupuesto de las escuelas formadoras de maestros. Es mucho más sencillo señalar la dignidad del magisterio que resolver los múltiples problemas de pago y desvíos de los que son víctimas los docentes. Es más cómodo y políticamente más rentable ensalzar al magisterio, casi santificarlo, que objetivamente reconocer aquello que se tiene que mejorar. Resulta más fácil también insistir en la importancia de la labor docente que pugnar por ofrecer condiciones económicas, profesionales y laborales proporcionales a la grandeza de esa tarea.
Que siga siendo pues el Día del Maestro una fecha de genuinas muestras de reconocimiento como las que espontáneamente realiza la sociedad en general. Pero también, que sea motivo para reflexionar profundamente sobre el papel de los docentes y los desafíos que se vislumbran en el panorama. Que ahuyentemos de este día los halagos engañosos de quienes después del 15 de mayo son indiferentes y hasta contrarios a la revalorización del magisterio. Que los docentes nos tapemos los oídos ante esos que con las palabras buscan honrar aquello que con los hechos cotidianos maltratan. Que exijamos firmemente que todos los días sean del maestro y, después del 15 de mayo, la realidad sea congruente con las abundantes loas generadas a propósito del día social.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter: @proferoger85