Por: Profr. Fernando Álvarez Montoya
De frente al féretro, impávido, escudriñaba su trasfigurado rostro; rostro, que ocultaba sereno a heroína de mil batallas. Perturbado por el dolor ante el cuerpo exánime de mi amada Martha, gruesas lágrimas acometían sin control mi atribulado semblante. Sollozos de muy dentro de mi ser invadían imprudentes nuestro pequeño espacio. Solo, sin pena, erguido empecé un dialogo del cual bien sabía no habría respuesta. Entre llanto, rabia contenida desde muy adentro, con coraje reclamé: – ¿por qué tanto? …- no había caso, hijos de la chingada, te martirizaron-. -¡cabrones! -violentaron tu indefenso cuerpo. …-¡ hijos de la chingada, culeros te laceraron sin piedad!… ¡cabrones! con quien querían quedar bien… ¿Con quién querían quedar bien, si tu vida ya estaba rendida?.
Bien sabía, sabías que la llama de la vida que valiente llevaste encendida iba languideciendo. Sabíamos ambos, que no había más extensión de camino, que el fin había llegado. Desconsolado al mismo tiempo te pedía: -Martha cuando estés frente al Señor, tu Dios, al que tanto amas, dile, coméntale que dejaste sin esperanza a tu hermano menor, que bien sé, en verdad amas… -Dile, que es incrédulo, ateo, que no creo en su existencia-. – Sé Martha que si así es, abogarás por mí-. Nunca dudé Martha de tu amor por mí, dudo de su existencia. Sé también que si existe (¿) vida después de la muerte estaré junto a ti, a la siniestra, cerca de él, tú Señor.
La vida, (tú dirías Dios) otorga hermosos privilegios a los seres humanos que viven para servir. A mí la vida, -mil gracias vida- me otorgó el enorme privilegio de cerrar tus ojos, besar tu frente y, trémulo de dolor aferrarme a tu laxa existencia y decirte adiós.
Solos estábamos en humilde cuarto de hospital, Exhalabas, aspirabas, respirabas con dificultad, como discutiéndole a la vida tu partida. ¡Vaya que sé!, que no le regateabas un minuto más. Ecuánime, valiente esperabas a la más fiel y democrática compañera de todos: la muerte. Inseparable y eterna amiga, que como sombra se encuentra junto a nosotros desde el principio y, hasta el final de nuestra mundana presencia.
La luz de tu vida se apagó. El fuego que alimentaba la llama de tu extraordinaria existencia se extinguió. Escucho que dicen. Nada es para siempre, mentira, no creo; el amor como el agua cristalina es perenne, traspasa siglos ríos, mares y montañas. Te fuiste Martha, pero tu esencia quedó convertida en obras de amor y servicio al prójimo, a los de abajo…, – (y por la izquierda agregarías tú).
De ti aprendí, que el propósito sublime, digno de esta vida es servir, amar al prójimo. Que hay que vivir para servir, y no servir para vivir. Que la felicidad sólo es alcanzable cuando la vida nos permite buscar, encontrar, compartir y dar pequeñas gotas de felicidad al otro. Al que nada tiene. En este hecho, sin querer nosotros también vivimos diminutos momentos de felicidad. Que la verdadera riqueza no es acumular bienes sino, compartir lo poco o mucho que se tiene. Vivir es dar todo con amor, sin esperar a recibir nada a cambio. El que da, da, no espera recompensa, retribución. Creo que esta es la indudable espiritualidad del verdadero cristiano, del auténtico comunista. Nada traías Martha cuando naciste. Naciste desnuda. Nada te llevaste, te fuiste sin nada, porque nada acumulaste. Bien podrías tú decir, vida nada te debo, vida estamos en paz. No creo, los que te conocimos tenemos el enorme DEBER de seguir tus pasos. Que el RECONOCIMIENTO hacia ti que se convierta en obra de seguir tu sueño. Mi amor, nuestro amor sólo se conjugará en hechos si seguimos la asignatura pendiente que dejaste tras tu partida: la revolución interrumpida. Labor titánica, labor de todos los que te conocimos y te amamos.