Los cerros de Chihuahua y quienes luchan por ellos

Por: Víctor M. Quintana S.

A fuerza de tanto verlos, no pasamos de considerarlos como parte indispensable de nuestro paisaje. Pueda ser que nos emocionemos con su señorial belleza: su colorido que va del café al rosado, y su contraste con los celajes, sobre todo en los limpios atardeceres. Son los cerros de la ciudad de Chihuahua, esos formidables conjuntos, comunidades de seres vivos que rodean nuestra ciudad y que se meten incluso dentro de ella. Aunque últimamente, más bien, nuestra ciudad más bien se mete con ellos.

Porque nuestros cerros son mucho más que paisaje. Son hogar de una enorme biodiversidad, una vasta comunidad de seres vivos. Son pulmón de una ciudad que crecientemente ensucia el aire. Son fuente de agua para una urbe también crecientemente sedienta. Son guardadores de vestigios de comunidades humanas que nos antecedieron. Son símbolo de nuestra identidad, pues hasta para el escudo de armas de nuestro estado los empleamos. Si Roma es la ciudad de las siete colinas, Chihuahua podría ser la ciudad de los treinta cerros.

Y, sin embargo, desde hace un puñado de años hay una furiosa ofensiva contra ellos. La perpetran un pequeño grupo de negociantes urbanos, mal llamados desarrolladores, porque lo que hacen no es desarrollo, es negocio con la depredación ambiental. Antes, se tasajeó el cerro Coronel con caminos y se coronó de antenas de televisoras.

Y desde hace varios años los fraccionadores privados, partiendo de herencias -en los países nórdicos el impuesto a las herencias fue clave para la construcción de sociedades menos desiguales- empezaron la acometida contra nuestro entorno montañoso, sobre todo en el poniente y norte de la ciudad. El lucro con la moto conformadora por delante para vender hábitats lujosos destruye el hábitat de cientos de especies animales y vegetales. Las empresas que luego demandarán agua para sus fraccionamientos contribuyen a la obstrucción de corrientes y al cegamiento de veneros, lo que hará más y más escasa el agua, que perezcan nuestros arroyos y nuestros ríos.  Hacen huir despavoridos a animales que luego nos enteramos que existían cerca de nosotros: venados, zorros, halcones, jabalíes.

Lo pasmoso de todo esto, lo reprobable, es la pasividad, permisividad, por decir lo menos, si no es que la complicidad de las autoridades, sobre todo las municipales. Los cambios de uso de suelo, los permisos de construcción, de derribe de árboles, se expiden a diestra y siniestra. Cuando se urge la participación ciudadana, como es el caso actual del paraje Piedras Amarillas que la ciudadanía demanda sea preservado, se responde con artimañas, no se cita ampliamente, se da preferencia a los abogados de las fraccionadoras. ¿Será porque éstas son buenas para reportarse en tiempo de campañas electorales? Se les construyen pasos a desnivel a la medida y un millonario etcétera. Se les permiten construir gasolineras en los cerros…

Para fortuna de nuestra comunidad ha surgido un grupo de ciudadanas y ciudadanos, sobre todo jóvenes, que nos dan una gran muestra de valor civil. Han formado el movimiento Salvemos los Cerros de Chihuahua. Su labor es encomiable y tiene muchas facetas: denuncian la destrucción de nuestro hábitat inmediato, hábitat también de muchas comunidades vivientes. Promueven el conocimiento de nuestros cerros: su valor histórico, biológico, ecológico, Organizan excursiones y recorridos para conocerlos, para recrearse con ellos y también para reforestarlos. Promueven la conciencia de su importancia. Denuncian la depredación de que son víctimas. Proponen políticas de contención de la devastación, de remediamiento, de recuperación. Generan conciencia y participación de la gente. Son verdaderos poetas sociales.

No los dejemos solos. Ellos son poetas sociales, como dice el Papa Francisco. Defendamos, compartamos esa poiésis, esta generación de algo nuevo, esta vez, preservando lo más antiguo: nuestros cerros.

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tel. 614 4773286