Por: Víctor M. Quintana S.
Más de cuatro mil velas encendidas rodearon el Palacio de Gobierno. Fue uno de los momentos más emocionantes de la jornada, parte presencial, parte virtual que se organizó con motivo del décimo aniversario del feminicidio de Marisela Escobedo. Simbólica, pero eficaz: luego de la movilización la Fiscalía General del Estado anunció que reabre la investigación -ya cerrada por el duartismo- del feminicidio de Marisela.
La magnífica idea de invitar a donar velas, a envolverlas en una bolsa con leyendas y los nombres de las personas donantes se fue abriendo camino y a nadie le pareció imposible reunir las cuatro mil bujías y formar con ellas la demanda histórica: “Justicia para Marisela”. De varias partes del estado y del país se hicieron llegar, si no las velas, el dinero para adquirirlas. Mensajes indignados y conmovedores de todos los rumbos. Ante los límites que la pandemia impone, la multitud se congregó ante la transmisión de la ceremonia conmemorativa en las redes sociales.
¿Por qué tanto eco, tanta participación a una década de distancia de aquel artero cuanto impune asesinato? ¿Respuesta natural al documental de “¿Las tres muertes de Marisela”, estrenado en Netflix apenas el mes de octubre?
Algo habrá de eso, pero no es lo principal. Porque las manifestaciones que se dieron no sólo en la capital del estado, donde fue ultimada Marisela, sino también en Juárez y en la representación del gobierno de Chihuahua en la Ciudad de México, no son bengalas fugaces, chisperío de segundos. Son llamas permanentes de un verdadero movimiento social que ya antecedía a la muerte de Marisela y que ha proseguido sin apagarse todos estos años.
Es un movimiento social que tiene dos ejes: Memoria y Justicia. Es el esfuerzo por plantar profundo en la conciencia pública el hecho terrible de los feminicidios en nuestro estado. Los que, por desgracia, ya no se cuentan sólo por cientos. Y son Marisela Escobedo y su hija Rubí Fraire y son las muchachas cuyos restos fueron encontrados en el Campo Algodonero en Ciudad Juárez, o en el Arroyo del Navajo, o las desaparecidas en Chihuahua o en cualquier parte de este estado, uno de los más peligrosos para ser mujer en este país. Memoriales que van mucho más del recuento del daño, la manifestación del duelo Más que recuerdos de pasado son crónica de futuro. De un futuro que se exige, sin impunidad, sin violencia, con mujeres libres, sin miedo. Cera que no se consume, pabilo que atiza la demanda irrenunciable, inapagable de justicia.
Justicia, no impunidad, fin del temor, libertad, igualdad. Es el núcleo duro de la demanda de este movimiento en continuo sístole y diástole, como todo corazón sano.
Lo natural es que todo movimiento social nazca, crezca, logre sus demandas, o se deteriore y muera. Este no ha sido así. ¿Será porque la, lo que lo genera se mantiene siempre horrorosamente vigente: violencia contra las mujeres e impunidad? Puede ser, pero la respuesta reside en hay un grupo sólido, muy responsable, con mística que lleva ya casi 20 años en la brega. Es un colectivo de grupos. Se autodenomina el Movimiento Estatal de Mujeres. Podrán estar cada quien, en lo propio de su organización, incluso a veces distanciadas, pero siempre que se trata de cultivar la memoria y exigir la justicia actúan como una sola con enormes claridad y eficacia. Ayudadas por sus propias organizaciones, ellas mantienen las brasas siempre vivas en los momentos de repliegue. Ahí están siempre el Centro de los Derechos Humanos de las Mujeres, acompañando, asesorando; la Red Mesa de Mujeres de Ciudad Juárez, Mujeres por México, Centro de Atención a la Mujer Trabajadora, Colectivo 8 de marzo; Red por los Derechos Políticos de las Ciudadanas…
Luego vienen los momentos de despliegue, de manifestación. Como el de la jornada Justicia para Marisela. Entonces las brasas se alimentan con la presencia de muchas más personas, sobre todo mujeres, organizadas, no organizadas, jóvenes, no tan jóvenes. Formadas o aprendices en la perspectiva de género. Y esto se logra porque el colectivo, los colectivos, realizan una labor continua de difusión, de educación popular con sus apariciones en público, con sus apariciones en foros, con sus intervenciones en la prensa. Entonces las brasas, trabajosa pero cuidadosamente mantenidas, se convierten en hoguera, la lucecita de una vela deviene explosión de luminarias.
Chihuahua ha sido terrible por la plaga feminicida que nos asola desde hace ya casi treinta años. Chihuahua ha sido maravillosa por esas mujeres – y algunos hombres que con ellas se entregan- que con su actuar y su compromiso mantienen siempre encendidas las velas de la justicia para Marisela, para Rubí para Paloma, Alejandra, Consuelo, Pamela y todos los nombres que día a día tienen un memorial en nuestros corazones. Para todas esas mujeres cuyas vidas titilan en las luces decembrinas para honrarlas, para hacerles justicia por eso existe ese formidable movimiento social de mujeres chihuahuenses.