Por: Rosalío Morales Vargas
Amainaban las lluvias del verano y el sol del incipiente otoño aún entibiaba los rescoldos de un movimiento constreñido a replegarse. Las tumultuosas manifestaciones de semanas anteriores descendían en número, pero no en radicalidad. El gobierno afiló su hacha asesina para asestar el golpe definitivo; no permitiría que se obstaculizara el desarrollo de los XIX Juegos Olímpicos que empezarían en México unos días después y decidió actuar con ferocidad inaudita el 2 de octubre de aquel inolvidable año de 1968. La masacre de la Plaza de las 3 Culturas en Tlatelolco había sido precedida por enormes y hermosas movilizaciones de grandes contingentes estudiantiles y populares.
Lo que empezó como una gresca menor entre 2 grupos de estudiantes y la inmediata intervención policiaca para reprimirlos, desató una frenética actividad social de rebeldía contra el orden establecido. La irrupción de la juventud en el escenario político dotó de frescura e iniciativas novedosas a las manifestaciones de descontento. En nuestro país el epicentro de la lucha estuvo en la Ciudad de México, pero rápido se extendió por todo el territorio nacional. El movimiento fue la respuesta al abuso de poder en los más diversos ámbitos: en las instituciones estatales, pero también en las aulas, en los hogares, en las organizaciones sociales. La insurgencia ribeteó el combate por la hegemonía en lo político y lo cultural.
El 68 en México no sólo fue la tragedia del 2 de octubre, sino la enorme energía desplegada por franjas considerables de población, la audacia e inventiva en las formas de lucha, la alegría en la participación masiva, el adusto cumplimiento de las tareas combinado con el jolgorio y el relajo juvenil, el amor a la vida, el trastocamiento de costumbres osificadas, el carácter hierático y la solemnidad con los compromisos adquiridos, junto a la actitud iconoclasta de impedir la canonización de algo o de alguien, la ética insobornable del activismo social, el desafío al autoritarismo despótico; en fin, lo que caracterizó al movimiento estudiantil popular fue el afán democratizador en un mundo herrumbrado que se hundía.
La década de los 60 fue trepidante y agitada en el mundo entero. Esto influyó sin duda al movimiento estudiantil en México, que desde luego, tenía sus peculiaridades nacionales, pero , la consolidación de la Revolución Cubana y su orientación socialista, el ascenso de las guerrillas latinoamericanas, la presencia en Estados Unidos de Malcom X y Las Panteras Negras, el encarcelamiento de Mandela, el movimiento por los derechos civiles encabezado por Martin Luther King, el asesinato del Che, el mayo francés, la revolución en la moda, la minifalda y la greña larga, el Rock and Roll y la Beatlemanía, el vibramiento hippie contra la guerra de Viet Nam, repercutieron en nuestro país e incubaron una conciencia contestataria.
Pero no sólo el mundo capitalista era objeto de turbulencias, en el llamado socialismo real florecía un efluvio desdogmatizador, se produjo la primavera de Praga y en China advino la Revolución Cultural contra la burocratización del partido y el acomodamiento de las élites. Por supuesto que lo más esclarecido del movimiento en México abrevó en esa circunstancia histórica. Añadimos que en nuestra patria una nueva cultura política se abría paso a contrapelo y a regañadientes del poder monolítico, embarnecían otros actores: las y los que levantaron la voz y alzaron el puño para ejercer el derecho a participar en las grandes decisiones que en materia política, económica y social se instrumentaban y de las cuales habían sido sistemáticamente excluidos.
En diferentes sectores sociales germinaba la idea de fortalecer su autonomía organizativa e independencia política: la clase obrera industrial se recuperaba de las derrotas de finales de los 50; los campesinos sin tierra protagonizaron revueltas; en el continuum folk-urbano, contingentes rurales que migraban a las ciudades exigían su derecho a espacios, vivienda y servicios; los sectores medios empiezan a descreer en el régimen de la Revolución Mexicana y en el desarrollismo burgués; el falso pluralismo político es puesto en la picota, exhibían sus desnudeces y precariedad los partidos satélites del PRI; el bloque de los dominados afilaba sus perfiles y empezaba a decantar su identidad político-ideológica hacia posiciones libertarias y democráticas.
Para el 68 mexicano fue nutricia la indignación producida por la represión al magisterio y a los médicos, así como el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia en Morelos, las guerrillas en Chihuahua y en Guerrero, la lucha de la iglesia progresista contra la cúpula eclesial conservadora; en la literatura política alimentaban el debate las revistas Siempre y Política, en Sociología y Antropología, los libros “ La Democracia en México” y “ Los Hijos de Sánchez” causaban revuelo entre la intelectualidad, lo mismo que el boom literario con la aparición de “Cien Años de Soledad” de García Márquez y “La Muerte de Artemio Cruz” y “Aura” de Carlos Fuentes. Las y los universitarios leían a figuras consagradas como Octavio Paz, José Revueltas y Efraín Huerta o a los jóvenes de entonces: Monsiváis, Pacheco y Poniatowska.
En un poco más de 2 meses, de los finales de julio al 2 de octubre, el movimiento estudiantil, dio enormes saltos cualitativos en materia de participación masiva, organización y elaboración de propuestas, convocó a centenares de miles de personas a las marchas, conformó incontables brigadas informativas, confeccionó un pliego petitorio de 6 puntos (libertad a los presos políticos, renuncia de los jefes policiacos del DF., disolución del cuerpo de granaderos, investigación de la verdad, indemnización por las víctimas y abrogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal). En corto tiempo el movimiento cursó varias etapas desde su nacimiento en julio hasta la disolución del Consejo Nacional de Huelga (CNH) el 6 de diciembre, con el intermedio de la barbarie de Tlatelolco. México ya no volvería a ser igual. Quedó herida la conciencia nacional.
El 68 fue la sordidez de la represión y el autoritarismo, pero también la luminosidad de la participación de miles y miles de jóvenes cincelando el porvenir. Como nunca antes se sintió la presencia de las mujeres en un movimiento social, se formaron como brigadistas, teóricas, dirigentas, agitadoras, publicistas, oradoras, obtuvieron representación ganada a pulso en el CNH, fueron a prisión como presas políticas, rompieron la brecha generacional, lo mismo actuaban adolescentes que mujeres maduras, estudiantes que profesionistas, irradiaron con el ejemplo del centro del país a las regiones, elaboraron y repartieron volantes, hicieron guardias, se enfrentaron a la policía y arriesgaron la piel en las movilizaciones.
Para la generación de entonces y la actual, el 68 es poesía y pedagogía, es belleza y enseñanza: revolucionó la forma de hacer política, impulsó la reestructuración de las organizaciones sociales, inauguró la representatividad real basada en la confianza, fortaleció la horizontalidad, el asambleísmo y la toma colectiva de decisiones, alentó las iniciativas desde la base, aminoró el peso de los dirigentes por lo comunitario, transitó de la pasividad a la participación, del mutismo al fragor de la palabra. Por el ímpetu juvenil del 68, por la inmensa generosidad del movimiento, por querer cambiar el mundo, por el renacimiento de la utopía, por la lucha contra el conservadurismo, por los muertos, los heridos y los desaparecidos. ¡ 2 de octubre no se olvida!