Sólo una esperanza

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Por: Rosalío Morales Vargas

Un frío de muerte en el verano calcinante
engarrota las manos, congela el raciocinio,
los dueños de las hachas y tambores
festinan otro pingüe asunto que abulte sus caudales.
Toneladas de bombas, lluvia de misiles
interrumpen el ritmo de la vida,
aprestos bélicos auguran tiempos tenebrosos,
las señales de agobio golpean las latitudes
del globo ensombrecido y perplejo.

Viento en popa el negocio de la guerra;
el furor embriagante del dinero
destruye a las naciones, las despuebla,
deja sólo despojos y ruinas, humaredas
que envenenan el aire por el odio,
la meta es reordenar sin miramientos
las tierras que se apropian arrogantes;
la avaricia sin límites conduce
al abismo y al reino de las sombras.

Son los filibusteros del engaño y la avidez
quienes sueltan las bridas trepidantes
del potencial Armagedón en llamaradas,
ante el marasmo de silencio y parsimonia
y el pasmo atenazado en la impotencia,
postrado en el horror y la molicie,
incapaz de exigir un cese al fuego
y detener el arrebato del imperio
y su taimada hipocresía repulsiva.

Las manecillas del reloj nuclear
van camino a la media noche cataclísmica;
está la humanidad amenazada
por una irrefrenable locura del desastre.
El viaje sin retorno es el amago
a fin de controlar las mentes por el miedo,
para frenar por la parálisis y atrofia
cualquier atisbo de desobediencia
hacia los amos de la guerra y el destrozo.

Sólo la acción de pueblos en consuno
podrá tirar el monumento a la estulticia
de los sicarios de las armas genocidas,
para que el temor se diluya como polvo
en el viento estrujante de conciencias,
que remolca la nave de la abulia.
Llegó la hora, no más sangre de inocentes;
difícil la tarea y sin embargo,
es sin duda, la única esperanza.