Por: Rosalío Morales Vargas
Crece el hartazgo. Vientos de revueltas
soplan sobre el decrépito techumbre
del decadente imperio belicoso;
una ola de indignación embate
las playas naufragantes de la idea
de ver a las personas como piezas del mercado.
Es la respuesta airada y tremolante
al mar de angustia mutilado de ilusiones,
cuando la furia aviesa de opulencias,
construidas con el sudor y el látigo,
se desató desde las sombras del augurio,
de la crueldad, la xenofobia y el racismo.
Frontera amurallada con bloques del desprecio,
redadas del escarnio incendian California,
persecusiones viles prodigan el temor,
laceraciones de odio irrumpen virulentas,
la humillación rampante instrumenta la opresión,
heridas del ultraje conminan a la abulia.
Hoy, sin embargo, el insurgente torbellino
alzará tolvaneras redentoras,
y el polvo levantado cegará los ojos
infamantes y turbios de la ofensa;
no habrá de pronunciarse el idioma de los amos
inscrito en blanquitudes cenagosas.
No somos extranjeros,
éstas son nuestras tierras robadas y saqueadas,
a punta de sangrientas bayonetas;
somos comunidades del dolor y rebeldía,
del pertinaz trabajo arduo y laborioso,
de la insurgente identidad indómita
destructora de jerarquías racializantes.
El resplandor de Inti y Tonatiuh se extiende,
propaga el fuego liberador en los abismos,
confrontamos la abyecta sumisión al capital,
no bajamos la frente ante el poder,
y a la nomenclatura dominante
respondemos con el sonoro grito.
¡ Ya basta de atropellos!