Por: Profr. José Luis Fernández Madrid
Me resisto a estar sentado en un sillón solo viendo pasar el tiempo, sin actividad y llorando por lo que fue, me dijo en alguna ocasión un maestro a punto del retiro.
Con ese lapidario pensamiento con seguridad pocos desearían culminar su servicio activo, no obstante, la realidad para la mayoría es otra, distinta, fantástica.
Sí, con remembranzas en su cabeza tras años de servir a la niñez y juventud, maestros, maestras y personal de apoyo y asistencia a la educación gozan jubilosos de su merecida nueva etapa: una de plenitud recordando andanzas, rostros, frases; recordando vida.
Son, los jubilados y pensionados el alma en las reuniones magisteriales, las pláticas se vuelven tan eternas como placenteras al remitirse a su memoria para compartir anécdotas, son ellos, la imagen de servidores públicos con una vocación inquebrantable aún fuera de las instalaciones educativas.
¿Permanecer pasivos? Jamás! Son los primeros que atienden temas sindicales y sociales, los que opinan con la seguridad y el conocimiento que brindan décadas de arduo y dedicado trabajo. Son emprendedores, creadores de espacios de negocios, son además, viajeros, eso sí, amantes de la aventura en otros lares, en otras tierras.
Inquietos por naturaleza y convicción, no sorprenden con su intensa actividad en cualquier ámbito, baste ver como animan las reuniones informales y festejos. Todo eso se admira, reconforta.
Dispuestos siempre a la asesoría, a las recomendaciones y a las ideas para mejorar las condiciones que a ellos les tocaron, son, en pocas palabras envidiables y, por supuesto, valiosos.
Disfrutar en esa etapa a hijos y nietos por igual, no cualquiera tiene el enorme privilegio.
Seguro estoy que corto me quedo al intentar conceptualizar la mágica oportunidad de ser parte de este activo grupo de afortunadas personas.
Si me preguntan, sí, sí quiero jubilarme cuando el tiempo y el Creador lo determinen.
Ejemplo de vida, la vida magisterial de un jubilado o pensionado.
