Por: Rogelio Javier Alonso Ruiz
Tarde o temprano, maestros y alumnos mexicanos volverán a las escuelas. El debate para la reapertura escolar se ha centrado sobre todo en las fechas y las condiciones materiales. No obstante, hay mucho más en qué pensar. Independientemente del momento en que se realice, en el regreso a clases presenciales se pueden advertir cinco grandes retos: el acondicionamiento físico de las escuelas, la organización de la dinámica escolar, el sostenimiento económico de los planteles, la atención emocional de los estudiantes y la nivelación académica. Con el propósito de minimizar los riesgos de contagio ante un eventual regreso a las aulas, la SEP (2020) ha publicado la Guía de orientación para la reapertura de las escuelas ante COVID-19, que aborda algunos de los desafíos mencionados.
Como se ha dicho, la atención para reabrir las escuelas se ha enfocado, además del calendario, sobre todo en los aspectos de infraestructura y organización de la dinámica escolar. Así se observa en la Guía, que en ocho de las nueve intervenciones que propone, se centra en aspectos como el distanciamiento social, el acceso a agua y jabón, el uso de espacios abiertos o el establecimiento de mecanismos para la detección de casos sospechosos. El reto del acondicionamiento físico es mayúsculo: apenas el 65% de escuelas primarias cuentan con servicio de lavado de manos; sobra decir la urgencia de la intervención de las autoridades educativas.
En lo organizativo, la integración de la comunidad educativa será fundamental para el diseño y ejecución de las medidas de convivencia al interior de las escuelas. La implementación de éstas implicará no sólo su conocimiento, sino un trabajo articulado sobre todo del equipo escolar. El reto a superar es importante, tal como lo demuestra el hecho de que, de acuerdo con el INEE (2019, p. 72), en 31% de planteles de educación primaria, su personal no comparte las prioridades escolares, mientras que sólo en 18.2% se comparten la mayoría o todas; asimismo, se reconoce que “los maestros se enfrentan a una participación limitada de las familias” (INEE, 2019b, p. 73). Será fundamental superar una cultura escolar fincada en buena parte en el individualismo. Conformar una verdadera comunidad educativa será la clave para enfrentar de manera segura el reto de operar en medio de una pandemia.
En el plano afectivo seguramente la escuela se encontrará con un reto importante que atender. Desafortunadamente, el hogar, en el que estuvieron confinados por meses, no es el lugar más seguro para muchos niños y jóvenes. La UNICEF (2020) ha advertido sobre el riesgo del incremento de la violencia durante la pandemia, al señalar que, en marzo, apenas primer mes del confinamiento, el número de reportes de casos de abuso sexual, violencia de pareja y violencia familiar fue “28% superior al de enero pasado y 22% al de febrero” (p. 1). A lo anterior habría que añadir estudiantes atravesando procesos de duelo o situaciones angustiantes por enfermedad, entre muchos factores más, derivados de la pandemia, que han afectado el bienestar emocional.
En ese sentido, la UNICEF (2020) recomienda que “las escuelas implementen programas de convivencia y habilidades psico-emocionales” (p. 5) para procurar el bienestar emocional de la niñez, por lo que se debe “impulsar la preparación de los docentes […] para el manejo de estrés en los niños, así como para identificación de indicios de violencia y su canalización oportuna” (p. 5). Pese a que en la novena intervención de la Guía se establecen acciones como “capacitación a la estructura educativa, con el apoyo de personal especializado de la Secretaría de Salud, sobre educación socioemocional” (SEP, 2020, p. 34), hasta el momento no hay claridad al respecto. La reapertura de escuelas debería estar marcada también por un reforzamiento de la Unidad de Servicio de Apoyo a la Educación Regular (USAER), que, entre otros especialistas, cuenta con psicólogos y trabajadores sociales. Desafortunadamente, existe aproximadamente una unidad de servicio de este tipo por cada 50 planteles de educación inicial y básica (MEJOREDU, 2020, p. 74), lo que conlleva a que en muchos casos no se brinde la atención requerida.
Aunque la austeridad no es desconocida ni atemoriza a las escuelas mexicanas, es importante considerar el reto económico que supondrá el regreso a clases presenciales. Los gastos para la operación, dados los requerimientos sanitarios, seguramente se incrementarán y, por el contrario, las fuentes de ingreso decaerán. Tres son las principales vías de sostenimiento de las escuelas: los ingresos por los establecimientos escolares de consumo se verán afectados al atender diariamente sólo a la mitad del alumnado; los eventos sociales (festivales, por ejemplo), que se aprovechan además para la obtención de fondos, no podrán realizarse debido a la prohibición de reuniones masivas; finalmente, por las afectaciones económicas de numerosos hogares, sería un error esperar –e incluso solicitar– las aportaciones voluntarias de los padres de familia, de por sí cuestionadas en los últimos años. De acuerdo con el INEE (2016, p. 60), una de cada cinco planteles de educación primaria no tiene recursos para afrontar una emergencia.
Por último, al reabrir sus puertas, las escuelas afrontarán el reto más importante y que da sentido su misión: el académico. Cabe señalar que, de las 57 páginas que consta la Guía de orientación para la reapertura de las escuelas ante COVID-19, sólo en una se abordan asuntos pedagógicos. Los estragos en el aprendizaje del alumnado, no constatados aún, seguramente serán de dimensiones considerables, sino que hasta trágicas en algunos casos. Dado el probable tamaño del descalabro académico, sería necesario centrarse de una vez por todas –y no sólo para resolver esta emergencia– en los aprendizajes elementales: abandonar el currículo saturado, pesado y fragmentado que tan difícil ha sido digerir en la pandemia.
La simplificación curricular no será un cambio que se dé verticalmente, este esfuerzo probablemente tenga que venir del interior de los equipos escolares. Será imposible recuperar todo lo perdido y, por tanto, se vuelve crucial una cuidadosa selección de aquello por lo que valdría la pena luchar académicamente: “el que mucho abarca, poco aprieta”. No sería descabellado pensar entonces en la eliminación o fusión de algunas asignaturas o contenidos cuando vuelvan las clases presenciales. No sería mala idea, tampoco, considerar dos o tres semanas, antes de regresar, para que los Consejos Técnicos Escolares se dediquen exclusivamente a planear, desde la perspectiva académica, cómo afrontar el gran reto que se les vendrá encima: tal empresa exige repensar y reorganizar profundamente el currículo.
Al dejar gran parte del avance escolar en manos de las familias, es muy probable que cuando los alumnos regresen a clases las diferencias en el nivel de desarrollo estén aún más acentuadas que antes del confinamiento. Más que nunca, cobrará relevancia la práctica de una evaluación diagnóstica precisa. La reducción del tamaño de los grupos, no sólo por razones sanitarias, sino para permitir una atención pedagógica mucho más específica a las necesidades de los alumnos, sería una condición que sin duda ayudaría a hacer frente al desafío académico que se viene. Si bien el trabajo pedagógico debe responder a las necesidades de cada contexto, la Guía carece al menos de pautas claras de acción. Es evidente la minimización, por parte de la autoridad educativa, al reto pedagógico de la reapertura.
A pesar de que ya hubo entidades cuyo semáforo epidemiológico se situó en verde, el debate sobre el regreso a las aulas siguió privilegiando temas sanitarios. Sería un error menoscabar la importancia de éstos, pues evidentemente en el contexto actual la prioridad debe ser la protección de la salud. Sin embargo, no es adecuado que eclipsen a otros asuntos de influencia considerable para el éxito de la reapertura escolar. Así pues, se vislumbran cinco grandes retos para la escuela mexicana: los más visibles tienen que ver con la atención a las necesidades materiales de las instalaciones y la implementación de medidas sanitarias a través de la consolidación de una comunidad educativa, sin embargo, éstos no deben opacar las necesidades económicas que afrontarán los planteles, los requerimientos socioemocionales del estudiantado y, desde luego, la generación de condiciones pedagógicas para reactivar de la mejor manera los procesos de aprendizaje.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter: @proferoger85
REFERENCIAS
INEE (2016). Infraestructura, mobiliario y materiales de apoyo educativo en las escuelas primarias. ECEA 2014. México: autor.
INEE (2019). Personal y Organización Escolar de la escuela primaria mexicana. ECEA 2014. México: autor.
MEJOREDU (2020). Indicadores nacionales de la mejora continua de la educación en México 2020. Cifras del ciclo escolar 2018-2019. México: autor.
SEP (2020). Guía de orientación para la reapertura de escuelas ante COVID-19. México: autor.
UNICEF (2020). Protección de la niñez ante la violencia. Respuestas durante y después de COVID-19. Nota técnica. México: autor.