Por: Mtra. Luz Elena Puentes Morquecho
Soy maestra de nivel secundaria y me preocupa mucho el mundo que le dejaremos a nuestros jóvenes, pero también me preocupan los jóvenes que dejaremos para cuidar de este mundo, me preocupa y me ocupa el ver que como humanidad, estamos sufriendo de una transformación postpandemia a nivel mundial. Recuerdo esos días, los cuales nos tomaron por sorpresa, la humanidad no tenía contemplado tanto cambio en nuestras vidas, cambiaron infinidad de cosas, nuestro entorno, nuestro espacio, actitud y sobre todo nuestro trabajo o la manera de impartir las clases para que la educación no decayera y siguiera de alguna forma llegando a los alumnos y así continuar con los contenidos de cada asignatura. Esos días, los docentes tuvimos que enfrentarnos a una plataforma desconocida, temerosos empezamos adentrándonos en dicho programa; pienso en esos días y mi mente siempre evoca la imagen de los músicos que tocaron hasta el final en el hundimiento del Titánic, así me sentía yo y creo que todo el magisterio, intentando luchar contra los estragos que trajo consigo el Covid19, que vino a regalar miles de lágrimas, ausencias y temores a la humanidad y sobre todo vino a recordarnos que somos como una hormiguita en un universo; pero a pesar de las dificultades y de los avances tecnológicos, los maestros no nos dejamos vencer, surgiendo esa parte interna que tenemos escondida en nuestra profesión y que nos incita a luchar por nuestros niños como una especie de súper héroes por el cariño que les tenemos, afrontamos cada situación, intentando dar lo mejor de nosotros y sobre todo, tratando, como lo dije anteriormente de que la educación siguiera llegando a todos y cada uno de nuestros estudiantes y de alguna u otra manera, así fue.
A raíz de todo esto, nuestro mundo quedó muy lastimado y por tal motivo, es importantísimo el interesarnos en el aspecto emocional de lo más importante que tenemos los docentes y me refiero a nuestros queridos alumnos, pues hemos visto a lo largo de nuestra vida laboral, la infinidad de casos donde vienen a clase dolidos por problemas en casa, por divorcios, por adicciones de sus padres, por la muerte de algún familiar o por las mismas situaciones típicas del existencialismo en esta difícil, pero bonita etapa, la adolescencia. Aunado a todo esto, las secuelas que generó esa época de encierro en algunos, fueron la inestabilidad emocional, detonando con ello depresiones, ansiedad, frustraciones, etc.
Tal pareciera que algunos seres humanos intentan acabar con este mundo, con nuestros valores, con nuestro buen humor, con nuestra vida de antes, más sana; la humanidad, años atrás, tenía más limpio su corazón. Hoy en día estamos adoptando actitudes como la de muchos, en la cual todo les parece intrascendente, sin valor; no se preocupan por tener una buena relación con la familia, con los vecinos o compañeros de trabajo y creo que es la era en donde una parte de la sociedad está enfermando de insensibilidad y lo preocupante es que se está volviendo una epidemia. Ante esta situación, quienes podemos ayudar somos los docentes, pues siempre he pensado que un maestro es como un artista, porque quienes se dedican al arte pulen y transforman sus obras, entonces los alumnos vienen a ser las obras de arte que con cariño terminamos de crear. En nosotros, recae mucho de sus pensamientos, de sus sueños y aspiraciones que inyectan magia a su vida, nosotros podemos inspirar e ir ayudando en la construcción de sus sueños, somos una pieza clave en su formación. Si bien es cierto, recibimos nuestro sueldo de maestros, pero también somos doctores, motivadores, psicólogos, terapeutas, médicos del alma, padres académicos, consejeros y hasta niñeros cuando nos toca cuidar de algunos chicos porque papá o mamá, por su trabajo, llegarán tarde; nuestra labor va más allá de sólo enseñar contenidos académicos, no es fácil ser docente, porque nuestra energía se consume enteramente en cada cierre de turno y sabemos que la mayoría de nosotros, hacemos nuestro trabajo con todo el amor del mundo, dejando nuestra alma en cada clase.
Hemos sido criticados porque “no hacemos nada”, porque tenemos muchas vacaciones, porque somos flojos y no nos interesamos en nuestros alumnos; nos han regalado infinidad de apelativos que siendo sincera no merecemos, pues el trabajar con 400 o 500 alumnos diarios, la mayoría, chicos educados pero quienes conviven con algunos otros con problemáticas distintas, no es fácil, tampoco es fácil el tratar de establecer un ambiente de armonía porque en ocasiones, la rabia y el coraje que algunos alumnos traen consigo, nos dificulta nuestra labor. Entiendo que la mayoría de ellos, sobrevive su presente, pues como ya lo mencioné, muchos han tenido problemas de violencia familiar, alcoholismo, drogadicción, etc; debido a eso, en su actitud, se refleja el ambiente al cual se están enfrentando.
Para que nosotros los docentes, podamos ejercer nuestra labor, es menester el apoyo de los padres de familia. Bien es sabido, que para que un ser humano logre realizarse en su ámbito personal y profesional, se sienta pleno y feliz, lo genera en gran parte lo que vivió en su infancia, pues todo se debe al autoestima que los padres deben de cuidar y con ello, ir fabricando sus alas con paciencia y amor; pues son quienes cimientan las raíces, la mayoría de las veces fortalecidas, aunque las menos favorecidas, se destruyen a través del tiempo.
Es preocupante la violencia que actualmente estamos observando en nuestros jóvenes, en nuestro estado y en diferentes escuelas de nuestro país, si bien es cierto, desde hace años han existido las peleas o rivalidades entre alumnos, pero ahora vemos con asombro que esto está tomando un nivel de horror, pues el odio y la rabia con la que se enfrentan es algo terrible. Aunado a esto, nos estamos enfrentando a otro enemigo: las redes sociales, las cuales tienen presa a la humanidad, sabemos que la evolución es maravillosa y la modernidad nos ha regalado esos avances tecnológicos increíbles, pero es un arma de dos filos para los jóvenes, pues hoy en día, cualquiera puede ser influencer o “ejemplo” para ellos, invitándolos a cumplir retos que en su mayoría son la ejecución de algo extremo, arriesgado, peligroso y con tal de ganar algunos likes hay quienes los realizan; tomo como ejemplo “el reto de pelea de 10 segundos” donde estudiantes golpean a otro alumno al azahar, causándose, en algunos casos, daños irreparables o incluso como tristemente lo hemos visto, llegando a provocar la muerte. El bullying, también es un grito silencioso por medio del cual, quien lo provoca, sin querer, está pidiendo ayuda, piden atención en la mayoría de los casos pues se sienten frustrados, con un cúmulo de rencor en su interior y al mínimo detalle reaccionan impulsivamente, son quienes viven en hogares con problemáticas muy fuertes, quienes están generando actitudes nunca antes vistas, pues diariamente convivimos con algunos alumnos que hacen caso omiso a las reglas de las instituciones y cuando se les reporta, vienen los papás encolerizados, creyendo más en la “inocencia” de sus hijos, ignorando sus faltas cometidas y reprobando la acción de la escuela por reprender a sus hijos, restando completa y total autoridad a las palabras de maestros y directivos, no observando el daño tan grave que ellos mismos les están causando a sus hijos, pues sin querer están construyendo adultos sin respeto por nada ni por nadie, de esta actitud paterna, se deriva el bullynig y la violencia escolar, porque si todos los padres en casa, enseñaran el respeto por las reglas y por los seres humanos con los que convivimos, otra sería la historia.
Por supuesto que entendemos el temor de los padres que si educan en valores a sus hijos y claro que siempre tratamos de ayudar, pero como docentes debemos de estar informados de cualquier mínimo detalle para poder atacar de raíz alguna situación de bullying que empiece a generarse porque hay ocasiones que desconocemos la problemática por permanecer en el anonimato.
Nuestras autoridades académicas nos han pedido hasta el cansancio que generemos un buen ambiente de aprendizaje en nuestras aulas, pero qué hay del ambiente de aprendizaje en la vida, del ambiente que cada familia le debe otorgar a sus hijos, eso debería ser una regla de oro familiar y no hablo del ambiente como espacio, sino la calidad y atención que todo adolescente o joven tiene derecho a vivir.
Cito a continuación una frase de José Mujica, un personaje al que le tengo profunda admiración: “No le pidamos al docente que arregle los agujeros que hay en el hogar”.
Les comparto que al observar lo que pasa, la nostalgia me invade, añorando una época que a muchos de nosotros nos hizo feliz, cuando todo era alegría, a pesar de las carencias que nuestros padres lograban de una forma estoica, remediar. En esa época, la mayoría de nosotros, no teníamos temores porque papá y mamá estaban siempre al pendiente de nosotros, nuestro único temor era el reprobar un examen o que tu mejor amigo te dejara de hablar. Cierro los ojos y veo tanta magia que dejaron esos años maravillosos, los mejores que nunca volverán, pero que de alguna manera, nos hicieron las personas que ahora somos, gracias a lo que Dios nos regaló por medio de nuestra familia.
Dicho lo anterior, yo si exijo que no recaiga en el magisterio toda la responsabilidad de lo que acontece con nuestros chicos día a día, pues como ya lo mencioné, es necesario recordar que quien educa con valores son los padres, quienes la mayoría están haciendo su trabajo de la forma correcta, poniendo alma y corazón en ello. Mi admiración y respeto para ellos, quienes han enseñado a sus hijos los valores, la obediencia y sobre todo el respeto a la imagen del maestro, que al final sólo intervenimos en una pequeña, aunque muy importante parte de su vida; les agradezco y valoro mucho a nombre de todo el magisterio, pues sabemos que últimamente, todo lo malo que pasa en la sociedad es atribuido al maestro, cuando no es un secreto que la clave es el ejemplo y valores que vienen de su familia.
Ya basta de gritarle a la sociedad que los maestros somos culpables de todo; en lugar de eso, yo los invito a no criticar lo que no viven y a juntos sacar adelante esta etapa que nos está lastimando a todos, tomemos cada quien el papel que nos corresponde, todo en beneficio de nuestros jóvenes y unidos tratemos de transformar con amor y respeto, nuevamente este nuestro amado mundo, para dejarles a nuestros hijos un espacio de armonía, donde puedan convivir y desarrollar sus potenciales de forma positiva.
Finalmente, les platico que tengo 20 años de antigüedad en mi trabajo y haciendo cuentas, han pasado por mi vida casi siete mil alumnos, todos ellos me han dejado un recuerdo especial y son ellos quienes me inyectan fuerza para seguir cada año con más entusiasmo, aunque deje toda mi energía y llegue a casa agotada, es un cansancio que disfruto porque amo mi labor, esa labor docente tan criticada por muchos, pero tan bendecida por Dios.