Por: Profr. José Luis Fernández Madrid
Cuando para el común de la gente se acercan las fechas en que el ciclo escolar llega a su fin, consideran que los maestros y maestras se encuentran relajados y casi alistando sus maletas para sus merecidas vacaciones, para los y las docentes el cierre éste es sinónimo de estrés, de pocas horas para dormir, de trabajo extra clases, de preocupaciones, de trabajo y más trabajo.
La culminación de un año escolar más viene acompañado de una carga académico-administrativa que solamente quienes están inmersos en el fascinante mundo laboral magisterial pueden entender y experimentar; el llenado de formatos que quizá nade revise, los cortes de caja, fichas descriptivas, perfiles de grupo, calificaciones finales, entrega de boletas, preparación de la graduación, fotos, eventos, actividades, Consejos Técnicos, Academias, Talleres, Cursos, presentación de informes, reuniones con padres de familia y una larga fila de etcéteras que contradicen el hecho de que mientras más cerca se está de terminar clases, se descansa mayormente.
Y si a lo anterior se le agregan las distintas formas, carácter, diversidad de ideas y maneras personales de los directivos y/o supervisores, terminar un ciclo puede convertirse en un suplicio, en calvario para el magisterio. En unos cuantos días la resiliencia se les pone a máxima prueba.
Se sabe que el compromiso y la responsabilidad de los encargados de la conducción del proceso de enseñanza-aprendizaje da para afrontar sus múltiples tareas, no obstante, debe haber reciprocidad, puesto que su entrega no es directamente proporcional al reconocimiento gubernamental de garantizarles un salario decoroso o prestaciones que mínimamente les permitan pensar en aspirar a lograr mejores percepciones, algo que genere una motivación externa y no dejarlo solamente a la interna.
Concluir un año escolar no es sencillo, con él se vienen además los momentos de extrañar los grupos que se van, los buenos momentos, las gratas experiencias, las circunstancias que llenaron de instantes de felicidad a los y las maestras; hay estudiantes que no quieren que su maestro o su maestra les deje de dar clases, no por el temor a que quien llegue sea malo o menos, sino por el simple hecho de haber creado un exitoso vínculo que les generó la adquisición de los conocimientos y valores.
Si la empatía, el sentido común, la lógica y/o el humanismo de los diversos actores que intervienen en el hecho educativo está presente, el terror del fin de ciclo sería más, mucho más placentero. La dignificación del magisterio no deben ser sólo palabras.
- Feliz día del Padre a quienes se hayan ganado a pulso, por sus cuidados, amor, bondad y procuración, el ser llamados y considerados como tales!