Por: Abelardo Carro Nava
Han sido tres semanas extenuantes.
Tal vez el reto enorme que tenía en sus manos el magisterio no se dimensionó como debiera. ¿Acaso fue ingenuo pensar que todo el trabajo que se desarrollaría en cada uno de los planteles escolares de manera presencial, a partir del 30 de agosto, sería sencillo?, ¿acaso aquel firme y decidido anhelo de regresar a la presencialidad porque se extrañaba a los alumnos, compañeros y formas de trabajo con líneas pedagógicas y didácticas, propiciaron que se lanzaran campanas al vuelo sin reparar que, prácticamente, diversas actividades escolares se verían modificadas?
Es cierto, la mayoría de los colectivos docentes, durante los tiempos en los que la burocracia impuesta por la Secretaría de Educación Pública (SEP) se los permitía, se dieron la oportunidad de organizar lo que, desde su perspectiva, conocimiento y experiencia, significaría el regreso de sus estudiantes a las aulas al inicio del curso.
En muchos de estos diálogos, la preocupación acompañada de un cierto temor e incertidumbre estuvo presente, pues se tendrían que tomar decisiones basadas en la ciencia, pero con la certeza de las innumerables carencias que prevalecen en cada una de sus escuelas. ¿Qué docentes y padres de familia no aportaron algo de su bolsillo para que, por ejemplo, los “filtros” sugeridos en la Guía Operativa para el Regreso a Clases funcionaran?, ¿cuánto de ese recurso no fue destinado para la compra de mascarillas, spray antibacterial, toallitas sanitizantes o líquidos desinfectantes para uso personal, puesto que la SEP destinó un presupuesto irrisorio a cada uno de los centros escolares que culminó en la entrega de 2 litros de cloro, 2 trapeadores, 2 escobas, 1 o 2 litros de gel antibacterial y algunas jergas para 6 u 8 semanas?
También, en muchos de esos diálogos, estuvieron presentes los acuerdos basados en sus problemáticas, necesidades y contextos, con la finalidad de brindar un servicio educativo de la mejor manera posible, aunque la autoridad haya impuesto un Acuerdo (23/08/2021) donde los desfavorecidos seguirían siendo los desfavorecidos; no hay duda de ello. La exigencia de una presencialidad apresurada, impuesta y arbitraria, obligó la toma de decisiones aceleradas que generaron tensiones y desencuentros, pero también consensos.
Sí, de alguna manera se sabía que no sería nada fácil los primeros días de actividades escolares presenciales, pero, imagino, muy pocos dimensionaron lo que estaba por venir: reuniones periódicas para valorar el funcionamiento de los “filtros” o para analizar el comportamiento de los chicos; ajustar, una y otra vez la planeación didáctica, pues una cosa es lo que se vive y valora en el aula y otra muy distinta lo que sucede en casa; incesante, y a veces desmedida presión de las autoridades para cumplir con una absurda burocracia, pues el llenado de 1, 2, 3 hasta 5 formatos distintos para subirlos en 1 o 2 plataformas no acaba; las constantes preguntas de padres de familia para atender las dudas sobre las actividades que les fueron enviadas a sus hijos aunque, en dicho envío, la información haya cubierto hasta el más mínimo detalle para que no existieran dichas dudas y los alumnos pudiera cumplir con lo requerido; la evaluación de esas actividades en horarios contra turno porque, tal y como lo indican muchas autoridades, la prioridad está en los estudiantes que asisten a la escuela y no los que están en sus hogares; el ambiente escolar y áulico caracterizado por el uso continuo y prolongado de las mascarillas por parte de directivos, maestros y alumnos; el desarrollo de las clases con los niños que asistieron y con la implementación de ciertas estrategias didácticas que eviten el contacto físico entre ellos, no así el conocimiento; el compartir experiencias sobre la pandemia y los efectos en casa, o bien, lo que cada uno aprendió el día en que se trabajó tal o cual contenido, a veces, a gritos, puesto que el cubrebocas dificulta la emisión y escucha del sonido; la clases (que no en todas las escuelas se implementaron) simultáneas, con los dispositivos tecnológicos del profesorado, hecho que implica un esfuerzo mayúsculo para atender a los infantes presentes y a los que están a la distancia; los recesos escolares con una estricta vigilancia, pues los niños (que son niños sin mascarilla), buscan ese espacio de interacción que se da a través de la conversación sobre tantos temas que no son los educativos mientras ingieren sus alimentos; el establecimiento de una disciplina (¿o cultura?) a la que no estábamos acostumbrados aun cuando, por ejemplo, el lavado de manos sea algo que aprendimos (los adultos) desde pequeños; la tensión y estrés que ocasiona el saber que un niño, compañeros de trabajo o ciertos padres de familia resultaron positivos a COVID-19; la pesadumbre o tristeza que genera el conocer del fallecimiento de alguno de esos padres de familia o colegas y amigos de muchos años; y de nueva cuenta, la revisión de los protocolos de entrada y reacción (emergencia) ante la presencia de un caso sospechoso.
Caray, y con todo esto hay quien afirma que, en diversos textos, se romantiza el quehacer de magisterio.
Sí, han sido tres semanas extenuantes. Llenas de encuentros y desencuentros, y de un quehacer educativo incomprendido.
Irrisoriamente, tal incomprensión comienza (y no acaba) en una Secretaría de Educación Pública (SEP) que, hasta el momento, no ha hecho otra cosa más que presentar una falsa y errada visión al intentar enviar un mensaje de superación de una crisis sanitaria cuando la realidad golpea al magisterio, una y otra vez, en la cara.
¿Se ha puesto a pensar en los niños de preescolar que en este ciclo escolar llegaron a su escuela con mascarilla y careta, con su kit personalizado, con filtros a la entrada y en su salón de clases, con el desarrollo de actividades asegurando esa sana distancia, con la petición de que regulen sus expresiones verbales y corporales propias del afecto e interacción con sus semejantes, con un esquema de trabajo que no es los que nosotros vivimos? Tal vez, por la mente de estos pequeños, pueda comenzar a construirse la idea de una normalidad que ha existido por siempre; sin embargo, ¿qué es lo que se está construyendo en la mente de quienes en algún momento ya tuvieron un contacto con ese ambiente escolar antes de la pandemia? Y lo que es peor: ¿qué es lo que desde la propia SEP se está construyendo con relación al quehacer docente en tiempos de pandemia?, ¿sálvese quien pueda?
Al tiempo.