Por: Rosalío Morales Vargas
¿Qué ocultan los escombros calcinados,
los humeantes vestigios taciturnos,
ahí donde la oscuridad se precipita
en cascadas de polvo escarnecido
y raudales de sombras sigilosas?
¿Dónde quedó el armario que guardaba
las entrañables fotos de los niños
que jubilosos en las playas se paseaban
montados en corceles de espuma centelleante
en las imperturbables olas del Mediterráneo?
¿Cómo decirle al mundo que dejaron de volar
los coloridos papalotes infantiles
en el otrora cielo azul de Gaza,
por la masacre atroz de una turba
de halcones genocidas despiadados?
¿Quién moverá las ruinas dislocadas,
los túmulos de esquirlas de odio,
las ruinas que quedaron del naufragio
de la humanidad pétrea y temerosa,
recluida en la cárcel fatal de la indolencia?
No sólo caos y muerte,
no sólo espasmos de cenizas conturbadas,
no sólo torbellinos de miedo y ansiedad
yacen tras los inicuos bombardeos
de mercenarios y sacrílegos obuses.
Ahí se encuentran huellas de memorias,
rastros de dignidad y de heroísmo
de un pueblo milenario bien dispuesto
a detener las andanadas del escarnio
y el furor asesino de los buitres
que impunes se apropiaron de su tierra.
Más temprano que tarde se alzarán
los puños y las voces insumisas,
exigiendo el final de la barbarie,
y habrán de renacer las esperanzas
que hoy habitan bajo los escombros.