Por: Profr. José Luis Fernández Madrid
Sin un sistema de jubilación digno, con pobre remuneración por su trabajo, con un crecimiento profesional limitado, ante escasas oportunidades de movilidad y en general, dado el panorama tan incierto, los nuevos maestros y maestras se enfrentan a una decepción total y absoluta en sus expectativas.
Son muchos, y cada vez más, los docentes que una vez adheridos al sistema, deciden desertar de su vocación debido al desolador panorama al que se enfrentan.
Con poca antigüedad, obligados por las adversidades, toman caminos distintos al marcado por su formación académica, la frustración se apodera de ellos y dar un paso de costado se convierte en su única opción para procurar su bienestar social y económico.
Es alarmante el aumento de casos en que se retiran anticipadamente del servicio; los sistemas de bonos, compensaciones o retribución extras no llegan; asfixiados entre sus deseos y anhelos magisteriales y la dura realidad que prevalece, dejar las aulas vacías confirman el fracaso de la redignificación de la función docente.
Con cada deserción muere la innovación de un maestro o una maestra, fenece una fuente creativa, fallecen la frescura y los nuevos brios dentro de los salones de clase.
Y aunque las soluciones para subsanar las heridas a la generalidad nos parecen sencillas, para quienes toman las decisiones no lo son.
No claudicar es el llamado y aunque la esperanza es lo último que muere el que ésta prevalezca requiere de señales. Esperemos que dichas señales lleguen pronto.