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Ayotzinapa: una década

Por: Rosalío Morales Vargas

Muchos años después frente al jurado de la historia
el terrorismo del estado comparece adusto,
indiciado por una cauda enorme de reclamos
que ha topado con un compacto e infranqueable muro.
Tristeza y aflicción envejecieron con los días
de indecible dolor, desasosiego y de murmullos
en el alma doliente que destila desconsuelo
y es presa del graznido pertinaz de un negro augurio.
Se fue alargando el tiempo y su cadena de pesares,
mas no se ha marchitado la esperanza de futuro.

Se escondió la verdad entre cortinas de silencio,
en componendas viles enhebradas en penumbras,
los pactos criminales impidieron que la luz
hendiera las tinieblas de la fetidez nocturna;
no se dejó mirar la vastedad del horizonte
para tejer la urdimbre canallesca de conjura.
El polvo de los años no reseca las gargantas
que en aluvión de gritos ensordecen la corrupta
soberbia que pulula inconmovible y desdeñosa,
acarreando atropellos, infortunio y desventura.

Cae la lúgubre noche de principios del otoño
y en el ambiente denso acechan crueles asesinos,
con funesto ropaje y protegidos por el fango
de la desfachatez y el impudor de los abismos.
No se ha aclarado nada, continuamos en la lucha,
aunque escarpado, largo y azaroso sea el camino;
el ejército enmascaró expedientes tras un velo
de enorme turbidez y de misterio retorcido,
y el huracán de rebeldía social hoy se pregunta
¿ Qué sabe del amor y de lealtad el verde olivo?

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