Por: Rogelio Javier Alonso Ruiz
Para asombro de los pasajeros, increíblemente el chofer detuvo el repleto autobús urbano en la parada para nuevos abordajes, afirmando con seguridad mientras apuntaba a un diminuto espacio en el pasillo: “ahí caben tres más”, dijo desafiando a las leyes físicas de la impenetrabilidad. Esta típica escena urbana se repite al interior de los muros escolares: como el chofer y los pasajeros, los maestros y las autoridades tienen diferencias respecto a las percepciones sobre el aforo idóneo de las aulas. Mientras unos privilegian la calidad del viaje, otros se preocupan por lo costeabilidad del mismo. ¿Habrá equilibrio posible entre ambas posturas? ¿Será que ambos tienen algo de razón?
En los últimos años, en México se ha presentado una notable disminución de la matrícula escolar, considerando todo el sistema educativo: pasó de 36,635,816 alumnos en el ciclo 2018-2019 (SEP, 2019) a 34,681,699 estudiantes (SEP, 2023) en el ciclo 2022-2023. Una diferencia negativa de casi dos millones: la mitad de éstos podría adjudicarse a un fenómeno social (desaceleración demográfica), pero la otra a un sistema escolar incapaz de retener al estudiantado, sobre todo al más vulnerable.
Lo anterior podría apuntar hacia grupos escolares menos poblados, pero no necesariamente es así. Al menos en la escuela primaria pública (modalidad escolarizada), si bien disminuyó la matrícula nacional, aumentó el promedio de estudiantes por grupo (Gobierno de México, 2024). En los últimos quince años (ciclo 2008-2009 a 2023-2024), a nivel nacional, se ha pasado de 19.8 estudiantes por grupo a 23.2. En proporción, ha sido mucho más intensa la reducción de grupos (25.6%) que la de alumnos (13.1%): prácticamente el doble. Lo anterior concuerda con datos del Banco Mundial (2023) respecto a la proporción alumnos-maestro en 2017, en el nivel primario, en México (27) en comparación a otros países como Japón (16), Finlandia (14), Chile (18) y Brasil (20).
¿Deben tender a la desaparición las escuelas y los grupos con baja población? ¿Es un “lujo impagable” para el estado abrir un grupo escolar para 10 o 15 estudiantes? ¿Sólo quienes deciden el destino del presupuesto deberían determinar los límites del aforo de un aula o habría que consultar también quienes operan dentro de ella? ¿Qué posibilidades se abren en escuelas y aulas con menor ocupación?
La disminución del tamaño de los grupos escolares no debería entenderse como la panacea del fracaso escolar, pues factores determinantes de éste aún siguen estando fuera de la escuela misma: escolaridad parental, nutrición, ingresos del hogar, gasto público, etc. No obstante, podrían facilitarse prácticas al interior de la escuela y el aula.
La evaluación formativa es sólo un ejemplo de lo anterior: si bien no es imposible, sería más complicado para un docente de secundaria, que atiende a más de cinco grupos de más de 40 alumnos cada uno, practicar una evaluación de este tipo, que implica, entre otras condiciones, revisión detallada de evidencias de aprendizaje y retroalimentaciones individualizadas. Desde las lejanas oficinas donde se toman las decisiones a veces sólo se alcanzan a ver números y signos de pesos, pero pasan desapercibidas las implicaciones de la sobrepoblación escolar en la vida cotidiana del aula: mantener la atención, involucrar activamente al estudiantado en la clase, gestionar el orden, acompañar las actividades, etc.
Existen otras variables que deben ser analizadas al reflexionar sobre el tamaño de escuelas y grupos: la inclusión educativa, el rezago en el aprendizaje y la violencia escolar, entre otros. Sobre la primera, cabe decir que aún hay un camino importante que recorrer: pese a avances en los últimos años, la asistencia escolar es menor entre los niños que cuentan con una discapacidad respecto a quienes no la tienen: 83.7% por 94.7% (MEJOREDU, 2021, p. 15). Integrar a alumnado con condiciones físicas o cognitivas especiales implica para el maestro de aula regular esfuerzos adicionales: planeaciones ajustadas, materiales de trabajo, acompañamiento, formas de comunicación, etc. El aumento de la población escolar parecería dificultar una enseñanza más adaptable a las necesidades específicas del alumnado.
Los estragos que el cierre escolar por pandemia significó para los aprendizajes se siguen sintiendo en las escuelas. Se intensificaron las diferencias en el aprovechamiento escolar y con ello también la necesidad de atención, en la medida de lo posible, individualizada. Los grupos numerosos apuntan más hacia la atención homogénea. Finalmente, en relación a la convivencia y los conflictos escolares, es obvio que escuelas y grupos reducidos facilitan de controlar el orden y mantener una vigilancia efectiva.
Se puede observar entonces que es difícil determinar la cantidad mínima o máxima de alumnos en un grupo escolar. En la decisión influyen múltiples factores que no siempre son considerados. Existen casos, como en Colima, que algunos de quienes toman las decisiones educativas a gran escala comienzan a tomar en cuenta no sólo el tamaño sino también la composición de los grupos, considerando especialmente las barreras para el aprendizaje del alumnado. Parece imposible un consenso en torno a los límites de la matrícula de un grupo o una escuela, pero un intento debería buscar equilibrar los factores económicos, materiales, sociales y pedagógicos.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter: @proferoger85