Por: Rosalío Morales Vargas
Dejaron el confort. Abandonaron
los nichos de la holgura y la indolencia,
optaron por la senda agreste y espinosa
de caminar al lado de los pobres.
Una voz de conciencia interior les fue llamando
a terminar con pavorosas pesadillas
y a contraer su compromiso con ímpetu vehemente.
En la niebla otearon otros sueños,
forjaron en la fragua incandescente de insurgencia
la utopía de la luz en la tierra emancipada,
marcharon a buscar los puertos de esperanza
desde los mares borrascosos y agitados,
de una dictadura criminal y deleznable
que despedía fango y sangre por los poros.
Comprendieron que el viaje era sin retorno,
revolución o muerte la consigna,
la época solicitaba un encargo:
Destruir los enclaves de ponzoña
que impedían drenar las aguas putrefactas
de la opresión feroz y desalmada
del sistema caduco y represivo.
Con saña fueron torturados,
rotos sus huesos, no su espíritu,
arrojados a lóbregas celdas clandestinas;
no permitieron que anidara en sus cerebros
la acidez de la intriga y la traición,
y hoy su audaz antorcha
orienta como faro en el oleaje denso.
No han regresado pero están
en las revueltas emprendidas desde abajo,
en las auroras luminosas por venir,
en los combates de los pueblos
de dignidad cubiertos, desafiantes
del orden de grilletes y cadenas.
En su recia honradez de combatientes
se vislumbra el destello del futuro.