Por: Rosalío Morales Vargas
Entonces arribaron a esparcir cizaña
infecta y criminal, dejando desolada
esta región del mundo, sin anuencia
de pobladores milenarios asentados
a la orilla del mar y en las riberas
del viejo río de melodiosas aguas.
Proclamaron a voz en cuello el retorno a Sión,
inventando un gran mito de engaño colectivo,
divulgaron sin recato ser los designados
por un poder divino de cólera insuflado
mientiendo al afirmar que fueron elegidos
para adueñarse de una supuesta tierra prometida.
Pero llegaron con aviesas intenciones
a repoblar las dunas y planicies,
a pesar de la cordialidad inicial de la acogida,
se apersonaron con mochilas repletas de avaricia
y un vaho de avidez en las entrañas
a desbordar en sangre el suelo palestino.
Los dientes afilados y las uñas
como zarpas para el saqueo y el despojo.
Se asomó la rapiña uncida al carro
del voraz apetito envilecido,
empeñado en expulsar de sus hogares
a familias enteras en rutas de exterminio.
No era un lugar vacío, aquí existía un pueblo
apegado al querido y ancestral terruño
en trashumancia por los meandros de los siglos,
aquí se cultivaba vid y los olivos florecían,
las ovejas pastaban en colinas soñolientas
y la gente evocaba su pasado con canciones.
No se ha quedado estático el pueblo mancillado,
se opone con fervor al genocidio,
no declina banderas de faz emancipada,
y se opone con fuerza decidida,
a la pólvora inicua de los sicarios coloniales
y al relato oprobioso de los buitres.
Palestina en la lid por su existencia
seguirá combatiendo con denuedo esperanzado,
encontrará maneras de salir de las mazmorras
de una ocupación espuria, infame,
esfumará el estigma marcado con el fuego
y pondrá fin a este tiempo de canallas.