Opinión por: Mtro. Norberto Guerra Mendias
La policía de un Estado democrático debe transformar su estructura interna y externa a la nueva realidad social surgida de las necesidades nuevas y de evolución, que se van conformando progresivamente. Ello posibilita la adecuación de sus principios de funcionamiento y objetivos a unos nuevos criterios ético-morales que faciliten la relación con la sociedad. Los cambios internos y externos deben ser profundos, con un significado y una modificación sustancial en la mentalidad de sus agentes y en la visión social del papel de la institución policial.
Sin duda alguna, para trabajar en el área policial se necesita contar con ciertas capacidades y habilidades, una personalidad y actitud distintas; características que marcan la diferencia entre las personas que laboran en las instituciones policíacas y en cualquier otra profesión u oficio. Existe una vieja creencia entre las personas de las corporaciones, y que, hasta cierto punto, es refrendada por la sociedad, de que para trabajar como policía “debes estar loco”, que ese trabajo no lo puede realizar cualquier persona y por eso no es para “gente normal”. Discrepo mucho de esta aseveración, finalmente, es una afirmación que, en el transcurso del tiempo, ha logrado ser normalizada y ha conseguido, efectivamente, que lleguemos a pensar que esa característica es indispensable para realizar este trabajo. Otra idea sistematizada es, que las personas que trabajan como oficiales de policía deben ser de rasgos parecidos a los criminales, “para poder apresar a una persona que comete o cometió algún delito, hay que perseguirla con otra con instintos delictivos”. ¡Nada más fuera de la realidad!
Para poder realizar las labores de esta loable profesión, es necesario que ingresen individuos con una personalidad estable, aplicando los instrumentos de selección útiles para analizar si los candidatos cuentan con las características requeridas, vigilar el perfil profesional es preciso, para evitar poner en peligro a personas con y sin uniforme.
La salud emocional, la despersonalización, el deterioro físico y mental muchas veces son irreversibles; la falta de seguimiento emocional, atención médica de calidad y las mejorables condiciones laborales son causantes de que las personas que ahí laboran y las mismas instituciones policíacas, tengan ante los ciudadanos una imagen deteriorada, señaladas siempre, como las instituciones más corruptas del país.
Son pocas las ocupaciones que pueden llevar a sus trabajadores a niveles de activación de estrés emocional tan profundos, costosos e intensos, como los que origina la actividad policial, amenazas de muerte, testigos de violencia familiar, de violencia de género, alteraciones peligrosas del orden público, robos con violencia con uso de armas de fuego o arma blanca, incendios, suicidios, intentos de suicidios, heridos por accidentes viales, ejecuciones de compañeros, enfrentamientos armados, intentos de ejecución, etc., esta profesión es catalogada como de “alto riesgo”, por lo tanto los niveles de estrés siempre están, muy arriba de lo normal.
La policía no es una línea de producción. La acción policial depende del juicio y talento de los agentes policiales, de su toma de decisión rumbo a la adaptación virtuosa de sus saberes, habilidades y recursos frente a la realidad, caso a caso. (De Oliveira Muñiz, p.j.)
La cultura policial, con su propio lenguaje, reglas y comportamiento debe, a través de mejorar el sistema de socialización individual y grupal orientar sus acciones a mejorar el rostro simbólico que produce el rechazo social.
Hay que buscar mejorar las discrepancias entre ambas partes, la institución y la sociedad; éstas, deben ir en unidad, apoyándose mutuamente para recomponer el tejido social. A las personas que realizan la labor policial, muchas gracias por su servicio, que tengamos todas y todos una excelente jornada, hasta pronto.
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