¡Ya cállese maestro!

Por: Profr. José Luis Fernández Madrid 

Así, justo así es como algunos, por diversas circunstancias, me invitan en los diferentes espacios públicos y en privado, en redes sociales y por medio de veladas amenazas o consumadas promesas,  a que deje de externar mis puntos de vista sobre los tópicos que considero que puedo y debo opinar; el poder como libertad y el deber como obligación intrínseca.

Es impresionante la cantidad de adjetivos, epítetos bastante insultantes que, consideran ciertos representantes de las verdades absolutas,  me merezco por manifestar mis consideraciones personales en los diferentes espacios editoriales o en los apartados de comentarios en las distintas redes sociales.

Hoy, al igual que en otras ocasiones en que el humor social se vuelca en temáticas de moda, los diferendos en opiniones son la materia prima para que personas, huérfanas de neuronas, asfixiados por su fanatismo, rehenes de  sus filias y fobias o simplemente por tener facturados con sus empleadores sus momentáneos puestos laborales me han convertido en el blanco de sus virulentas reacciones…y eso duele.

Duele el verlos traumatizados, duele saber que exhalan rabia, duele exhibir su maltrecho ego y frustraciones, duele conocer sus cargas de animadversión por quien piensa diferente, duele mucho, pero aún con dolor, seguiré escribiendo.

Los días recientes han sido de “acercarme la lumbre” ´con la intención de hacerme ver quién manda, de que mi presente y futuro laboral están en riesgo si  no cedo a mis afanes críticos y analíticos, de que me expongo a sutiles negativas o a descarados chantajes por no querer callar.

Por salvoconductos mandan decir que me abstenga de opinar, que si soy inteligente mejor debo dejar pasar las cosas, que no podré cristalizar mis proyectos si continúan las teclas de mi ordenador sonando al compás del dictado de mi pensamiento, de mi formación y de convicción, ideología y filosofía. Nada nuevo, ya me ha sucedido. 

Dicen que soy demasiado rebelde y que eso no me ayudará a mi crecimiento y anhelos;  en el ocaso de mi vida laboral estas afirmaciones suenan totalmente ridículas. Si antes no abracé el mutismo, ahora, pretenderlo, es materialmente imposible.

El verter reflexiones ha provocado resucitar muertos, aparecer fantasmas y crear expertos eruditos  ofendidos por lo que publico o externo.

Y como no puedo callar, seguiré señalando lo que considere incorrecto, deshonesto o injusto, continuaré defendiendo la labor docente y a sus talentosos representantes, no dejaré de felicitar y congratularme por lo bien hecho por sus actores y lo que es mejor, gracias a mis fieles detractores que con sus insidias me hacen famoso, seguiré defendiendo a la escuela pública y a la genuina función sindical. No puede ser de otra manera, así me criaron y enseñaron.