100 años: ¡Viva Villa!

Por: Rosalío Morales Vargas

Fin de un itinerario turbulento
bajo el lluvioso temporal de julio.
Parral ensangrentada, estupefacta
incrédula miró el asesinato,
languideció la estrella de un mito arrebatado.

Ni santo ni demonio;
escrutan sus andares miradas muy diversas:
Leyenda negra de violencia inusitada
o furor apoteósico inflamado de heroísmo;
muchos lo quieren fuera de páginas gloriosas
y oscurecer la partitura de su vida,
pero sobre los lomos de las crónicas
de los enmohecidos sótanos emerge su figura.

Fue de todo, abígeo y asaltante
en las sierras y estepas tumultuarias;
de bandolero a revolucionario,
de guerrillero a jefe
de millares de hombres en combate;
encrespado valor, lágrima fácil,
espíritu fogoso de pueblo enfurecido.

Contumaz fugitivo,
desde joven lo persiguió el orden porfiriano,
la ley de las haciendas;
marejada de ira popular
germinó donde mora la pobreza,
borrasca huracanada de presagios,
sintetizó el alma y pundonor de los humildes.

Es un relato desde abajo,
cepillando la historia a contrapelo;
inspiración magnética de masas,
encarnó aspiraciones de la gente;
mas también en el halo de leyenda hay manchas
y aciagos contrapuntos
que mellan su estatura de gigante;
irá volcánica en algunas ocasiones,
en otras, una estampa de ternura.

Centauro de horizontes infinitos,
un ciclón insurrecto de coraje,
a muerte repudiaba la traición y la doblez;
sabiduría instintiva,
un concierto de afanes sin reposo
y un torbellino en la revuelta.

Pancho, Francisco, Doroteo,
imposible quedarse quieto ante el abuso,
tiene ansiedad y prisa por la redención
de parias y oprimidos,
enardecido frenesí en las batallas,
lealtad en la visión contra los ricos.

En la mañana taciturna de Parral
la alevosía y el miedo lo emboscaron,
un complot de venganza y red de intrigas
en pérfida mansalva
lo acribilló con lluvia ígnea.

Pero el villismo sigue cabalgando
montado en briosas y modernas Siete Leguas,
regresan los Dorados y Adelitas a la lucha
y un clamor vigoroso
emana de la entraña de la patria,
ya se escucha el grito enardecido:
¡ Viva Villa… cabrones!