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¡Mejor renuncien!

Por: Profr. José Luis Fernández Madrid 

Malos tiempos son los que viven miles de maestros y maestras de nuevo ingreso desde que entró en vigencia la Reforma Educativa redactada y publicada en el gobierno del expresidente Enrique Peña Nieto.

Ciertamente la vocación docente es la que motiva a los jóvenes egresados del nivel medio superior para profesionalizarse en las finas artes de la enseñanza, los mueve la pasión y en muchos casos el buen ejemplo de sus padres, abuelos o algún familiar directo que se desempeña o desempeñó en ese fascinante mundo de guiar los aprendizajes; no obstante, la actualidad revela una realidad frustrante para quien recién se incorpora al magisterio.

Empezando por el salario, que representa una puñalada al valor real que tiene un profesionista de la docencia, a los nuevos maestros se les menosprecia, se les manda la señal de que tal vez se equivocaron de profesión, se le desmotiva, se le obliga a pensar en obtener un dinero extra mediante otras actividades, aunque ello genere un descuido en sus actividades de planeación y preparación de sus clases.

Lamentable el observar el cómo sus pretensiones y expectativas de crecimiento dentro del gremio se topan con una letal y demoledora materialidad: pocas oportunidades tienen de aspirar a una mejor percepción económica. Las promociones son un cúmulo de requisitos y papelería inalcanzables para muchos y las recompensas para los beneficiados pocas, muy pocas.  Además, cotizar o ahorrar en cuentas individuales  implica jamás tener una jubilación.

El panorama es desolador para  “los nóveles” y los no tan nuevos maestros y maestras; la grandes “apoyos” del Gobierno se limitan al acceso de un máximo 3.5% de incremento salarial. La tan mencionada revalorización del magisterio solo para eso alcanzó. Con un sistema de Seguridad Social llamado Pensiones Civiles del Estado al borde del colapso, la desesperanza y la frustración hacen mella.

Si a lo anterior se le suma la pérdida de prestaciones, la desaparición de derechos y beneficios así como la casi nula posibilidad de tenerlos de vuelta, la cruda existencia es devastadora. Es mejor escuchar a los gobernantes pedir que los maestros y  maestras renuncien, advertirles que están en el mal camino, que nunca podrán progresar. 

¿Qué hacer para cambiar el actual estado de cosas? ¿Quién tiene la respuesta? ¿Cómo apoyar  para que verdaderamente se revalorice al magisterio y no se quede en declaraciones vanas? Urge por el bien del magisterio, por el bien de la educación y de sus educandos actuar. La fuerza magisterial está dispuesta a aportar, falta la chispa adecuada.

 

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