Por: Rosalío Morales Vargas
Lo sabe el viento. Gases letales ensombrecen
la transparencia límpida del día,
y bocanadas de exhalaciones venenosas
transmutan nuestro hogar en un tugurio infecto.
Lo sabe el bosque. Hachas criminales
devastan la floresta y el rocío,
convierten el santuario de árboles añosos
en yermos calcinados y grisáceos,
prófugos de verdor y lozanía.
Lo sabe el arroyuelo. Sus cristalinas aguas
de antaño se agostaron,
no cae la lluvia en su reseco cauce
y el musgo ya no crece en sus orillas.
Lo sabe el pájaro.
Cesó su canto de forma intempestiva,
su angustia se desborda y la ansiedad
se anega en manantial de llanto.
Lo sabe el mar en su naufragio de desechos,
los ríos se pudren, se hacinan en el piélago indefenso
las islas de cochambre y de plástico obsesivo;
quemantes brasas de basura irrespirable.
La tierra sabe y grita de coraje,
las armas son el ogro intimidante
de imperios que alardean su innoble catadura
y permanecen como esfinges en la niebla;
mudos ante el reclamo de los pueblos.
Lo saben los arroyos, los mirlos y las selvas,
lo sabe la llanura y la pradera,
mas no lo saben la avidez y la codicia.
prisioneras en su impertérrita locura.