Por: Profr. José Luis Fernández Madrid
Esa vieja invitación muy utilizada años atrás por muchos padres de familia vuelve a tomar vigencia en los tiempos actuales; busquen ser maestros sólo si no son capaces de escuchar a su conciencia y a sus necesidades, dolorosamente sugiero mejor retiren dicha pretensión con dignidad y orgullo.
Porque es increíble el maltrato, la humillación y el poco valor que se le da a la profesión docente, con salarios de miseria, con un servicio médico deplorable, con pocas posibilidades de crecimiento económico, sin expectativas de mejora, con demasiada carga y nula recompensa.
Es total y absoluta la defensa que desde este mismo espacio se ha hecho de la vocación, de la formación, de la idealización y de la esperanza de lograr lo que años antes representaba ser maestro o maestra; hoy, desafortunadamente, las circunstancias laborales y prestacionales gritan, taladran la mente deseando renunciar a un sueño que se convierte en fallido.
La desesperanza es mayúscula, las cuentas, recibos y deudas se incrementan proporcionalmente a la intención de, mayoritariamente los docentes de ingreso en la última década, abandonar el sublime arte de enseñar; la fe se esfuma con la misma rapidez en que las ganas fenecen ante un panorama futuro desolador.
¿Es justo que se tengan que tener al menos dos trabajos, formales o informales, para asegurar el mínimo sostenimiento personal y familiar? ¿Qué otras profesiones deben hacer los malabares que realizan miles de docentes procurando su bienestar económico?
Lamentable observar que lo que antes se admiraba, lo que era una meta en la vida, una aspiración alcanzable para pocos, en la actualidad, esté tan devaluada y continuamente sometida a desafortunadas decisiones gubernamentales administrativas que van en detrimento de sus anhelos y necesidades básicas.
Hay mucho talento, capacidad, responsabilidad y determinación de miles de maestros y maestras puestas al servicio público que están siendo ignoradas, menospreciadas y lastimadas por quien debería de dignificarlo.
Quien permanece en las filas magisteriales a pesar de todo merece un aplauso, ser reconocidos y subidos a un pedestal, pero tristemente de eso no viven decorosamente ni ellos ni su familia. El hartazgo es el caldo de cultivo para generar revoluciones; y como dicen los “Héroes del Silencio” en su canción: Todo arde si le aplicas la chispa adecuada.