Por: Rosalío Morales Vargas
No en la congoja y el lamento
destructores del ánimo,
no en llantos solitarios y abrumados
vertederos de penas,
no en corrosivos odios estruendosos
ni en plegarias agónicas discordes;
sino en osada marcha victoriosa
que apaga los rescoldos de violencias.
No en súplica aturdida por la pena,
enquistada en el alma,
no en queja salpicada de martirio,
una cárcel mordiente,
no en ruegos lacerados de suplicio
ni en anémicas peticiones de asistencia;
sino en ruidosas oberturas
que tocan clarinadas a la lucha.
Es un furor de voces encendidas
en salobres llanuras de silencio,
que agrietan el patíbulo de infamias
entronizado en siglos de horror y de prebendas,
son gritos estentóreos en alerta,
avalanchas de férrea dignidad,
volcánicos aludes de hirviente pundonor,
tenaz tropel por las memorias irredentas.
Es un vocinglerío que estaba aletargado
en ceñidas galeras de ostracismo
y que ahora con brío se despierta
desbordando los cauces carcomidos del sopor,
es una tierna furia que desdeña
el oprobioso y ancestral machismo,
es germen amoroso y sororario
que pulula y se esparce por el viento.
Los heraldos de antiguos privilegios
no podrán contener estos oleajes,
que impetuosos derriban las tinieblas;
no habrá barreras en las sombras
ni herméticas compuertas,
que atajen el vigor de rebeldías;
se enciende el horizonte de arreboles,
pues el amanecer se encuentra cerca.