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Rojo atardecer

Por: Rosalío Morales Vargas

El furor estalló en brutal barbarie
con ribetes atroces de perfidia,
el trepidar de botas y fusiles
enhebró en el sigilo la ignominia,
se maquinó acallar una revuelta
en un estrépito de alevosía;
la anonadada plaza contempló
en su ocaso la tarde enrojecida.

Se entretejió una malla tenebrosa
proveniente de oscuras cañerías,
la brillantez del día se hizo plúmbea,
las flores se cubrieron de ceniza,
los golpes de metralla cruel y artera
en Tlatelolco ahogaron muchas vidas,
pero en el horizonte nebuloso
prosigue el caminar a la utopía.

El polvo de los años no ha borrado
la heróica actitud comprometida,
el viento y las tormentas no evaporan
amaneceres de la rebeldía,
aún se encuentra viva la memoria
no la tendrán en cárceles cautiva,
ilumina los sórdidos tugurios
con audaces antorchas encendidas.

Por la fecunda sangre derramada,
por el último hálito de vida,
por anunciar un mundo nuevo y bello,
por los fértiles sueños en vigilia,
por la indomable juventud de entonces,
por sembrar en el alma las semillas,
por el fervor de lides libertarias,
por eso el 2 de octubre no se olvida.

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