Por: Profr. Eduardo Nájera Acosta
La evaluación racionalista típicamente de análisis estadístico representa en nuestro país y en el Sistema Educativo Nacional un paradigma aplicado tradicionalmente lleno de objetividad donde su ideal metodológico utiliza muestras al azar y experimentos controlados.
Lejos de un proceso de evaluación formativa, ni como elemento de ella, la olimpiada del conocimiento es un ejercicio de competencia, libre de valores y reduccionista.
Ésta surge en 1961 a iniciativa del presidente del República Adolfo López Mateos y Torres Bodet como Secretario de Educación Pública. Su objetivo fue seleccionar a quienes fusionaran el mejor comportamiento, el promedio más sobresaliente y el conocimiento histórico más alto, dejando fuera de posibilidades al resto de los participantes al presenciar ese “viaje cultural” a la CDMX.
Desde entonces, un ejercicio de selección.
En este sentido, tal y como afirmaba Iván Illich en “la sociedad desescolarizada”, los valores institucionalizados que infunde la escuela son valores cuantificados. La escuela inicia a los jóvenes en un mundo en el que todo puede medirse, incluso sus imaginaciones y hasta el hombre mismo. (1971)
Tomando como referencia esta postura, el ejercicio evaluativo de la olimpiada del conocimiento, desglosa el aprendizaje en asignaturas y reactivos de opción múltiple cuyo fin es demostrar la incorporación del estudiante a un currículo prefabricado y medirlo a una escala numérica, estadística, cuantitativa y valorativa.
La Olimpiada del Conocimiento es esto: un ejercicio que carece de contexto, de valores, de ética; un ejercicio de competitividad, bajo un paradigma clásico que ha sido utilizado por mucho tiempo, que ha reproducido la aplicación de reglas estrictas y muestreo estándar que pareciera una práctica elegante y favorable.