Por: Rosalío Morales Vargas
Para las víctimas de feminicidio.
Para las decenas de miles de personas desaparecidas.
Para los 43 de Ayotzinapa.
Se necesita padecer sordera
para no oir el grito estentóreo y legendario,
acuñado en ayeres que habitan el presente
y que taladra los tímpanos de abulia,
resonando en miríadas de ecos trashumantes.
Se necesita taponar el raciocinio,
para no percatarse que la solución se enreda
en los ovillos de impunidad y connivencia,
situado en fronteras de muros infranqueables,
en donde las palabras se agrietan sin remedio.
Se necesita ser un ciego
para no ver que la verdad se esconde
en los oscuros insterticios del olvido,
ante tropeles sanguinarios de chacales,
que al paso de los años nos aplastan.
Se necesita ser insensible al dolor de otr@s,
de los clamores de familias en congoja,
que arrastran su costal de sufrimientos,
por la abyección y podredumbre
encarreradas en estepas de mentiras.
Se necesita ser un caradura,
para no darse cuenta que crece el aluvión
de la violencia feminicida y el abuso,
sedimentados en las sombras del machismo
y que el infausto ábaco prosigue con su cuenta.
Se necesita no tener escrúpulos
para desestimar el daño causado por la ausencia,
y eludir la tragedia que deja cicatrices
en el alma doliente de un país
que poco a poco se acostumbra a la sevicia.
Pero no encalla ni zozobra la esperanza,
de extirpar excrecencias de torvas dinastías
y edificar cimientos de un mundo emancipado,
recuperando al fin la utopía tan esquiva
y la voz imbatible de las Doñas que proclama;
¡ Viv@s se l@s llevaron, viv@s l@s queremos!