Por: Rosalío Morales Vargas
Hasta en dramas sociales existe inequidad,
no todos son iguales en la escena de la vida.
La blanca tez es pasaporte
para el recibimiento hospitalario,
donde tendidas manos del asilo
dan el cálido gesto de un abrazo.
Pero hay otros pigmentos de la piel
que vagan sin destino,
zarandeados por vientos del desprecio;
sus errabundos pies no encuentran acogida
al huir del horror de bombas
de pólvora, miseria y hambre.
Parece que los ojos del mundo no los miran,
cuando cabalgan en las crines de las olas
del receloso Mar Mediterráneo,
o los que intentan cruces por desiertos
en búsqueda de un sueño que muta en espejismo;
la flemática y vieja Europa los rechaza,
lo mismo que el imperio de América boreal,
enarbolando rancia y cruel supremacía.
Los migrantes morenos atraviesan
la arisca niebla del oprobio y el estigma.
Aluviones de niños y mujeres
que no encuentran socorro en algún lado,
sean kurdos, africanos, sirios, iraquíes,
o nuestroamericanos en ríos que los contienen
y puertas que no abren.
¿Cuándo se acabará
la ceguera brutal de la guerra y la arrogancia
y el apetito enajenante de poder?
¿Y cuándo insurgirá un levantamiento
sobre las ruinas corroídas
de una sociedad que hoy se asfixia
en el profundo pozo del racismo y el mercado
con sus expectativas rotas
marchando a la deriva?
Se profundiza la tragedia humanitaria,
vacíos fantasmales nos acosan,
la solución se abre paso entre las brumas;
la respuesta es la acción de la gente desde abajo.
Cuando llegue la hora de los pueblos
no habrá de percibirse más que luz.